Aporte firme y esperanzador (II)
Hemos recordado, con gran satisfacción, en primera parte de este comentario, y festejado con júbilo, la celebración de los frutos satisfactorios en Bogotá y en Colombia, de casi medio siglo de la siembra de semillas y cimientos cristianos, al recordar los 450 años de nuestra capital ser Arquidiócesis. Al volver, hoy, a nuestro diario vivir, nos encontramos frente al intenso anhelo de llegar a una paz estable, y vienen a la mente reflexiones que urge poner de relieve con total franqueza.
Es preciso advertir, con honestidad y verdad, que en nuestra Colombia, todos queremos la paz, sin excepción. No necesitamos plebiscitos en este sentido. Aceptamos que se hable con los que han militado en la violencia armada, pero, se piensa enseguida, en las mayores o menores exigencias para ese diálogo, aspecto que con serenidad y objetividad es preciso analizar. De entrada es de advertir que solo es posible llegar a entendimiento si se ve en los voceros de quienes han estado en rebeldía en grupos armados cambios en su estilo de comportamiento, dispuestos a una labor conjunta hacia el bien general de Colombia. Estas exigencias no son trabas a un camino hacia la paz, sino sensatas advertencias si se quiere llegar a algo serio y estable. Viene allí lo que se cuestiona, o sea el estilo de diálogos y acuerdos que se están llevando a cabo, y el interrogante de por donde se está enrumbando a esta Patria que amamos.
Se adelantan esfuerzos, hacia la paz, que todos desearíamos exitosos, pero nos inquieta, profundamente, que se hable de “acuerdos”, en mesas de negociación, sin que se perciba en los antes violentos propósitos de verdadero arrepentimiento del pasado, sino más bien exaltando su camino de crímenes como gran epopeya de sus ideales. Los encontramos queriendo justificar crímenes del ayer y de hoy, al tiempo que hablan de paz, y queriendo convertirse en los que dan órdenes a autoridades, y a las Cortes y al pueblo colombiano desde un “supergobierno” bien y cómodamente y montado, en La Habana, libres de las fatigas de sus trincheras selváticas.
Tenemos que avanzar hacia la paz, pero evitando pasos que nos puedan llevar a peores situaciones de las que hemos tenido. No podemos caer en la ingenuidad de no advertir que el tono de los voceros de los que han estado en grupos violentos sigue siendo el de avanzar iluminados por el materialismo marxista, en el que han sido amamantados, que evidente y arrogantemente quieren imponer sus cabecillas, con voz cantante y de espaldas a los principios democráticos y de fe del pueblo colombiano. Quieren hasta que señalemos un “día del derecho a la rebelión” y que sea el de la muerte de su “prohombre” Tirofijo.
Es preciso, entonces, sin bajar el ánimo de llegar a la paz, aterrizar con serenidad y prudencia en la situación a que se ha llegado, con definido propósito de paz, pero con bases firmes y esperanzadoras, como hemos destacado en estas reflexiones, estando alerta a no ser victimas de destructoras emboscadas ideológicas. Hay qué pensar en el presente y futuro de Colombia, tener diálogos verdaderos, que se logren con principios y actitudes que sí den firmeza y esperanza.
Que avancemos hacia la paz, pero que no se tenga vergüenza de exponer los ideales genuinos del pueblo colombiano, cuyos frutos hemos celebrado en estos días jubilares de la Arquidiócesis de Bogotá. Que no se tenga la insana actitud de aceptar indebidas exigencias de la violencia marxista, con la ilusión de que así se llegará a la paz. Solo con enhiesta posición de colombianos, con sólidas tradiciones, aseguraremos celebraciones, a través de los siglos, con el júbilo de lo abundantemente bueno que tenemos hoy, todavía, gracias a los ideales social cristianos que tanto bien han propiciado a Colombia y al mundo.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional