Aporte firme y esperanzador (I)
Con el debido esplendor, y presididos por el cardenal arzobispo primado de Colombia, Rubén Salazar Gómez, ha culminado la celebración del “Año Jubilar” de la Arquidiócesis de Bogotá, al completar 450 años de estar sembrando desde el centro de nuestro país la bendecida semilla de los principios cristianos y proporcionando, así, bases firmes y esperanzadoras a nuestra sociedad. “Aré en el mar y edifiqué en el viento”, expresaba, con gran pena, el Libertador, ante el desmoronamiento del gran continente libertado con su espada valiente pero en el cual, ayer como hoy, se volvía la espalda a los principios de solidaridad, honestidad, lealtad, moralidad pública y privada, y amor patrio, pregonados por el cristianismo. Nos conforta, en cambio, ver frutos de estable virtud, de servicio generoso, de consagración al bien general que se están recordando desde la Iglesia en Bogotá, en casí medio milenio de labor eficiente al servicio de la comunidad.
Grande bien sembrar en el corazón de niños y de jóvenes, y mantener en el de los adultos, unos principios y normas que nos vienen desde hace más de cuatro mil años de haberse entregado a los humanos, desde Abraham (Gen.12), pasando por Moisés (Ex.3), vitalizados por Jesucristo (los 4 Evangelios), difundidos por los Apóstoles (Hechos Apóstoles) y evangelizadores de todos los tiempos, cultivados por los padres De las Casas en América, en el gran Tolima por Mons. Esteban Rojas, impulsados por el Papa Francisco desde Roma, y, con eficiente apostolado, ahora en Bogotá, por el cardenal Rubén Salazar.
En determinados momentos nos aterra ver que a pesar de esa tesonera labor, también como que se desmorona nuestra sociedad, como en los brotes vandálicos del 9 de abril de 1948, que sobresaltaron el corazón del santo arzobispo Ismael Perdomo, o la demencial y bárbara violencia que se practica en nuestra época, aún en nuestros días, a pesar de las promesas de cambio de sus propulsores, en La Habana. Pero sabemos que en la inmensa mayoría de nuestras gentes están inarrancables las convicciones cristianas, y es allí, y en la oración confiada en Dios, en donde ponemos plena esperanza, y está allí y no en acuerdos periféricos, la base verdadera y esperanzadora para el futuro de nuestros pueblos.
En el mundo entero, bajo la guía certera del Papa Francisco, en nuestro continente con la luz dada desde el Documento de Aparecida por su Episcopado, (mayo 2007), en el cual estaba inmerso el cardenal Bergoglio, hoy Papa, en nuestra Nación con el entusiasmo pastoral del cardenal Salazar, unido al de todos los obispos, y en nuestros centros urbanos, pueblos y veredas, con inmenso número de sacerdotes y laicos comprometidos, se trabaja, intensamente, en la tarea de reafirmar los cimientos de fe como aporte firme y esperanzador. Se adelanta, así, en tantos lugares algo serio y confortante en esfuerzo bien ordenado, con programas concretos y eficientes, de Nueva Evangelización.
Se han construido infinidad de templos y de monumentos para propiciar el fervor religioso, pero el cultivo, a fondo, está en aquella labor intensa de evangelización, persona a persona, en familia y en pequeñas comunidades. Es labor cimentada en el aporte de buenos padres de familia, de educadores que enseñan el bien con su palabra y testimonio, de laicos generosos que, en sus comunidades parroquiales, dan también testimonio con su vida y cumplimiento del deber y colaboración en obras apostólicas Allí tenemos, y nos conforta, ese cultivo de semillas de bien, ese construir y reconstruir, bases inconmovibles y esperanzadoras para nuestras naciones. Con tareas decididas de ese estilo en actividades parroquiales y diocesanas, miramos un futuro estable en lo bueno para nuestra Nación. (Continuará).
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional