MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 16 de Febrero de 2014

“A vivir la alegría del evangelio” (VI)

 

Amplio   y central es el capítulo III de la Exhortación La Alegría del Evangelio, que seguimos comentando,que nos regaló el Papa Francisco (24-11-13), que tituló “El Anuncio del Evangelio”.Después de vibrantes párrafos introductorios (18), van dos capítulos, en donde en el Primero, traza el programa de una Iglesia no estática sino “en salida”, en la que Dios premia con el gozo de la fe a quien difunda su salvador mensaje (n 21), y hemos sido, luego, sacudidos en el Segundo de ese mal tremendo, “crisis del compromiso comunitario”. Con duras críticas y fuerte llamado a superar el ambiente anticristiano de la “globalización de la indiferencia”, que lleva a “ser incapaces de compadecernos” del hermano que sufre. Anota que este capítulo III es como la síntesis de lo expresado por los obispos de todo el mundo en el gran Sínodo de 2012, dedicado a impulsar una “Nueva Evangelización”, en la que, con entusiasmo, y como portadores del mejor bien para la humanidad, se lo transmite con gran alegría, yno con “cara de funeral” (n. 10).

Quiere el Papa que los creyentes en la Iglesia, afrontemos la Evangelización “como predicación, paciente y progresiva” de la misión cumplida por Jesús y de su sapientísimo mensaje (n. 110), labor que es obra de la misericordia de Dios, en la cual ha de colaborar todo bautizado, con el propósito de cumplir el envío del Resucitado de llevar esa enseñanza “a toda criatura” (Mc. 16,15) (n.112-113). Es seguir realizando cuanto ya existiera desde el tiempo de S. Pablo, creando comunidad sin distinción de judíos o griegos: “todos eran uno en Cristo Jesús” (Ga. 3,38) (n. 113). Esta Iglesia está llamada a encarnarse en todas las culturas con un “rostro pluriforme” embellecido por el Espíritu (n. 116).

Lo anterior lleva al Papa a hablar de una “bien entendida la diversidad cultural que no amenaza la unidad de la Iglesia”, que suscita, una “múltiple y diversa riqueza de dones” (n. 117). Así, impregnados los cristianos de la misma fe, inmersa en las diversas culturas, hemos de sentir reforzado el impulso a evangelizar y llevar este “misterio de amor” a toda la humanidad (n. 119). Cada cristiano está llamado a ser “discípulo y misionero”,  y lo será “en la medida en que se encuentre con el amor de Dios” (n. 120). Algo hermoso, dice luego, ese vivir la fe que tiene especial enriquecimiento cuando con gran humildad “dejamos que los demás nos evangelicen” (n. 121). Entra, allí, el acercamiento humilde, y con el debido discernimiento, del enriquecimiento de la Evangelización al saber aprovechar la  “piedad popular”, sobre cuyo valor han hablado varios documentos eclesiales como los emanados de Conferencias Episcopales de los distintos continentes, y la exhortación “El Anuncio del Evangelio” del Papa Paulo VI (n. 48). Esa piedad es calificada en el documento de Aparecida como “verdadera espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos” (n. 124).

Aproximándose a lo práctico en la Evangelización, señala el Papa como camino insustituible, hacerla “persona a persona”, comenzando por el diálogo amable y humilde, espontáneo, sin formalismos estereotipados, ni solemnidades, aportado con sencillez a través de los carismas que ayudan a propiciar una integración armónica (n. 127-130). Pasa a destacar el propósito que se debe tener de saber dar al diálogo pastoral entendimiento y diálogo con las otras ciencias. Sobre esa comunicación de la fe a los demás, se extiende, luego, el Papa, en un tratado pastoral y pedagógico relacionado con momento privilegiado y sagrado de la Homilía, cuyo buen estilo denota la debida cercanía del Pastor con sus fieles. Modelo de esa entrega del mensaje a las gentes lo dio el propio Jesucristo, ante cuya palabra las gentes “quedaban maravilladas” (Mc. 6,2), y percibían que hablaban “con autoridad” (Mc. 1,27). (Continuará)      

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.