A vivir la alegría del Evangelio (III)
“Llamado a hacer entre todos una iglesia en salida”
HAY, todavía, en el capítulo primero de la Exhortación “La alegría del Evangelio”, del Papa Francisco, que venimos comentando, un importantísimo llamado a llevar a propios y extraños lo central de la Buena Nueva traída al mundo por el divino Salvador. Inquieta al Papa el hecho de entregar en forma “desarticulada” aspectos doctrinales, sin mostrar el “trasfondo” completo de cuanto las sustenta. Se supone el conocimiento de aspectos fundamentales, y sin insistir en ellos, se lucha, entonces, por imponer esas enseñanzas a través polémicas interminables por no ir a las verdades básicas.
Habla el Papa, inspirado en Santo Tomás de Aquino, de la “jerarquía” de verdades y de virtudes, y, de allí, la necesidad de comenzar por los más fundamentales, y, a través de ellas, llegar a los que son aplicación de estas (nn 34-38). Insiste, por ello, en avanzar ordenadamente en la presentación de las verdades y exigencias de las virtudes, sin“mutilar la integridad del mensaje del Evangelio”, y que en todo esto se llegue como una respuesta al Dios amante que nos salva. Sintetiza una bien fundamentado fe y moral al señalar que “todas las virtudes están al servicio de una respuesta de amor”. (n.39). Advierte sobre la necesidad de “crecer en la “interpretación de la Palabra verdadera”, bajo la guía magisterial de la Iglesia, dentro de los diversos ambientes culturales “para intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad”.
Llama la atención, sobre el hecho de que cuando se insiste en un lenguaje “completamente ortodoxo” se corre el peligro de apartarse del verdadero Evangelio de Jesucristo, y, a veces, con presentación desfigurada de Dios (n.41). Pasa, luego, a referirse a un tema tocado en entrevistas, como es lo relacionado con el “discernimiento, que lleva a reconsiderar la validez que tienen en la Iglesia costumbres “no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, que pueden ser bellas pero que ahora no prestan el mismo servicio en orden a su transmisión”. Habla con especial énfasis, de no tener miedo a revisar normas y preceptos eclesiales que han podido ser eficaces en otra época pero que no tienen hoy la misma “fuerza educativa”. Alude a la advertencia de S. Agustín sobre “preceptos añadidos por la Iglesia, posteriormente, que debe exigirse con moderación para no hacer pesada la vida de los fieles.
Pasa el Papa a un llamado a los Pastores a “acompañar con misericordia y paciencia las etapas de crecimiento de las personas”. Agrega: “a los sacerdotes les recuerda que el confesionario no deber ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor, que estimula a hacer el bien posible” (n.44). Dice que la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias. Esa bondad, esa misericordia no es renuncia a la verdad del Evangelio y a la luz que está llamado a aportarle al mundo, pues “nunca se repliega en sus seguridades”; pero, sin embargo, en tono de bondad y comprensión con un “corazón misionero”, que “se hace débil con los débiles (I Cor. 9,22) (n.45).
Culmina, el Papa, sus sabias y lanzadas reflexiones del primer capítulo, con un llamado a hacer entre todos “una iglesia en salida”, describiéndola como “una madre de corazón abierto”, y “casa abierta del Padre”. Mire que quien busque a Dios no se encuentre con una Iglesia “con la frialdad de unas puertas cerradas”. Hay también otro llamado a los directivos de la Iglesia a no ser como “controladores de la gracia”, sino como “comunicadores” de ella. ¿A quiénes privilegiar en la Iglesia?, indica, enseguida a “los pobres y enfermos pues son, sin dudas, “los destinatarios privilegiados del Evangelio” (n.48). Concluye, el Papa: “prefiero una Iglesia accidentada, herida, por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro”. (n.49) (Continuará).
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional
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