Tiene razón la Asociación Colombiana de Minería cuando le plantea al país esa visión.
Colombia quiere que brille en el sector la responsabilidad social y ambiental, así como dejar atrás los fantasmas y dilemas paralizantes.
No se trata de escoger entre el agua y el oro, los páramos y el carbón o el petróleo y la biodiversidad.
Tener lo uno y lo otro es posible, viable y necesario.
Chile, Perú, Brasil, Canadá, Australia, Noruega, entre otros, lo han logrado, dejando, de esa manera, lecciones que deben ser tenidas en cuenta y aprendidas.
Para conseguirlo, además de la actitud responsable de las empresas, se requieren muchas otras cosas.
En primer lugar, es necesario hacer un gran esfuerzo pedagógico para que se entienda bien qué es la minería.
Hoy existe la percepción de que se trata de una actividad mala y depredadora.
Esa imagen es, en buena parte, el resultado de la actividad política de grupos de interés que buscan respaldo con un discurso contra la inversión extranjera y las multinacionales.
Es evidente que han conseguido edificar una idea negativa sobre el sector.
Con falacias hacen que penetre en la mente de los ciudadanos la sugestión de que minería legal, ilegal y criminal son la misma cosa.
Y así logran que los habitantes de las regiones en las que se explotan los hidrocarburos y los minerales se movilicen contra la empresa formal, organizada y respetuosa de la ley.
Qué gran daño le hacen a Colombia.
Pero, la dicha percepción puede y debe cambiarse.
Naturalmente, con el fin de conseguirlo, el Gobierno tiene que ejercer un liderazgo significativo en defensa de semejante fuente de desarrollo para la nación, y las empresas cambiar el lenguaje y la forma de relacionamiento con las comunidades.
Con respecto a lo primero, ese liderazgo debe ser ejercido por el Presidente de la República en forma personal.
No puede ser de otra manera, toda vez que, para poner solamente un ejemplo, en un año malo, como el anterior, la minería contribuyó con el 4.7% del Producto Bruto de la nación, y representó el 28% de las exportaciones colombianas.
Lo que está en juego, pues, es la salud económica del país.
En relación con lo segundo, a los empresarios les toca hablar no de minería en abstracto, sino de la contribución que hacen para el mejoramiento de las condiciones de vida de la gente.
Como no se trata de bienes que se extraen y exportan solamente, pues producen, también, materias primas para la industria transformadora, el ciudadano debe comprender el verdadero significado que tiene la actividad.
La minería tiene que ver con infraestructura, construcción, insumos agropecuarios, cerámica, arena, cemento, metalmecánica, en fin, con innumerables actividades económicas de las cuales depende el bienestar de todos y la economía del país.
Es posible que muchos piensen que es mala por la propaganda política negativa y los problemas reales que producen algunos proyectos.
Sin embargo, no hay razón para creer que los ladrillos que utilizan para construir su casa, la arena y el cemento que usan para pegarlos, las barras de hierro que se necesitan en las construcciones antisísmicas, etc, generen rechazo e indignación.
Todo lo anterior demuestra que existe un campo amplio para el mejor relacionamiento del sector con los ciudadanos, así como con las autoridades locales, que debe convertirse en un objetivo prioritario de quienes se dedican formal y legalmente a la actividad minera.
Si se hace minería bien hecha, se explica bien, y se lidera bien desde el Gobierno, con el liderazgo del propio Presidente en defensa del sector, bueno es reiterarlo, el futuro será distinto.
Y ganarán los colombianos y Colombia.