Una de las grandes preocupaciones, digamos más bien los temas que han ocupado a la humanidad desde cuando hay noticia de su existencia, es la medida del tiempo; era lo más elemental para quienes no podían sino darse cuenta que había luz y luego obscuridad. Esta observación estaba básicamente asociada a la aparición en el horizonte de un astro que daba luz en ciertos momentos y cuando éste desaparecía otro daba luz tenue, pero que desaparecía cuando el otro se hacía presente.
Los estudiosos de esa época se dieron cuenta que el universo no era precisamente el sitio donde habitaban, sino que en otras partes existían otros planetas y se comenzó entonces a asociar los asuntos del tiempo con el entorno. Pero además fenómenos naturales como las lluvias, las crecientes de los ríos, los cambios de temperatura, fueron aguzando la capacidad de pensar de quienes asociaron los fenómenos celestes, con el transcurso del tiempo. Medirlos se volvió una inquietud permanente.
Los primitivos, nuestros antecesores, se dieron cuenta de los cambios que se sucedían eran hechos que evidentemente tenían influencia sobre la vida diaria; descubrieron que se sucedían con intervalos que podían predecirse; fenómenos de cambio como son los equinoccios de primavera y otoño los solsticios de invierno y verano que marcan los inicios de las estaciones en el norte y en el sur del mundo. Hoy con los avances de las observaciones astronómicas estos momentos coinciden con el cruce de la órbita de la tierra con un círculo imaginario y mágico que ha dado en llamarse el ecuador. Esos son los equinoccios y los solsticios de primavera y otoño y los solsticios de verano e invierno.
Los romanos establecieron un calendario basado en el movimiento del sol, llamado Juliano. En 1.582, el Papa Gregorio XIII asesorado por científicos de la época estableció y promulgó el calendario gregoriano, hoy vigente en el mundo entero, aporte importante de la Iglesia Católica a la medida del tiempo. Las imperfecciones y los errores del calendario Juliano fueron corregidas gracias a comisiones de científicos de la época que con las limitaciones propias del momento tomaron como punto de partida la fecha del nacimiento de Cristo que según dicen los que saben sucedió el 25 de diciembre del año 763 después de la fundación de Roma.
El calendario gregoriano fue el producto de una investigación apasionante. Lo cierto es que en la actualidad y en buena parte del mundo, se habla de años antes de Cristo y después de Cristo. La corrección eliminó once días; de 1.582 entre el 5 y el 14 de octubre no existieron. Se estableció el día de 24 horas, la semana de siete de éstos, los 12 meses del año de 365 días y los bisiestos que tienen 366, con lo cual se corrige el error acumulado en los tres primeros; los años seculares no bisiestos que terminan en 00. Así pues vivimos en un tiempo que medimos a base de observaciones astronómicas desde el Siglo XVI que tendrá correcciones.