LA DIGNIDAD
Nueva política exterior
La crisis provocada por Venezuela, no sólo generó una profunda afectación humanitaria y una tensión creciente entre los dos países, sino que reveló la precaria situación del país en el contexto hemisférico y la ausencia de una política exterior para enfrentarla y superarla.
La crisis de la OEA, que se inició en el vergonzoso proceso de elección de su Secretario General, al término del mandato de César Gaviria, y que se prolongó con la elección del señor Insulza, reveló al continente el realineamiento que se empezó a producir en América y las nuevas solidaridades que generaría. El carburante de los petrodólares alimentó una agresiva política chavista que se concretó en la adhesión de los Estados caribeños y el agrupamiento de los regímenes de izquierda alrededor de los propósitos y objetivos del Gobierno venezolano, ante la impávida indiferencia de nuestra Cancillería. Solícitos, aceptamos hacer parte de Unasur con la ingenua esperanza de apaciguar al déspota vecino.
Y no fueron pocos los avisos que sugerían peligros crecientes para la soberanía y seguridad nacionales. El crecimiento de ALBA, las repetidas agresiones verbales de Chávez, los procesos ante la Corte Internacional de Justicia, con los cuales se pretende arrebatarnos parte sustancial de nuestro mar territorial, no fueron suficientes para que entendiéramos las nuevas ecuaciones de la política hemisférica. El gobierno Santos supeditó toda su visión e iniciativas a la paz, entregándole a Cuba condición de anfitrión y garante de las negociaciones y a Venezuela la de facilitador de las mismas. Y ahora pretende repetir la dosis, aceptando a Ecuador como sede de eventuales diálogos con el Eln.
Impresiona la soledad colombiana ante la violación de los derechos de los compatriotas, que ofende profundamente la dignidad humana. Las tímidas voces de las agencias internacionales no alcanzan a esconder la pasividad, cuando no indiferencia, de los Estados latinoamericanos y caribeños. Esa tácita abstención estimula a Maduro y sus secuaces para amedrentar a los colombianos que aún residen en Venezuela y para apoderarse de unas elecciones con las que pretende prolongar su régimen de opresión y arbitrariedad que tiene destruido al país hermano y que amenaza la seguridad nacional de Colombia.
La reunión presidencial en Quito, a pesar de los riesgos que entraña, debe marcar el punto de inflexión de una política exterior colombiana que afirme la defensa de nuestra dignidad, seguridad e intereses y contribuya a afianzar y promover paz y democracia en América. Esa debe ser nuestra vocación.