Los Muiscas | El Nuevo Siglo
Martes, 14 de Julio de 2020

En estos días en que se debate sobre los símbolos del pasado y sobre lo que merece honrarse y recordarse, bien pueden servirnos de punto de referencia y de reflexión dos importantes trabajos accesibles en medio digital: “Los Muiscas. La historia milenaria de un pueblo chibcha” de Carl Henrik Langebaek, y el “Diccionario y gramática Chibcha” publicado por el Instituto Caro y Cuervo con estudio preliminar de María Stella González de Pérez. 

El epígrafe con el que comienza el referido diccionario suena a llamado de atención especialmente para quienes nacimos en la tierra de Hunzaúa y de Quemuenchatocha y recibimos sólo vagas enseñanzas sobre su existencia. En aquel se lee la siguiente frase de Antonio Grass: “Nada más terrible para los hombres y para los pueblos que no tener rostro, no tener imagen, no tener esa parte tan importante que nos define, que nos caracteriza, que nos permite identificarnos y nos da un sello distintivo ante los demás hombres y los demás pueblos”.

Sin duda nuestro ser nacional es el resultado de una amalgama que no cesa desde la conquista española, y que para William Ospina generó lo que él llama una consciencia escindida.  “Ser hijos a la vez de los invasores y de los invadidos, ser a la vez de aquí y de muy lejos, pertenecer a países nuevos que tienen a la vez una memoria milenaria, sentirnos americanos y estar llenos de recuerdos europeos y africanos, aunque no hayamos estado nunca por allá”… “regalos singulares que marcan….nuestra identidad”.

No somos, como dice el mismo autor, plenamente indígenas, ni europeos ni africanos, pero nos nutrimos sin cesar de esos orígenes para al mismo tiempo diferenciarnos de ellos. Empero, en ese proceso no cabe duda de que son pocos, y en todo caso no suficientes, los estudios que se consagran a nuestro ancestro indígena, y muchos los vacíos que aún tenemos en el conocimiento de los pueblos que habitaron este territorio antes de la conquista.

A ello se suma, como lo advierte el profesor Langebaek, para el caso de los muiscas, que en no pocas ocasiones esos trabajos se han movido entre la idealización extrema y la descalificación de esas culturas. Así, a los conquistadores les gustaba representarse a sí mismos como vencedores de poderosos reinos, gobernados por crueles y tiranos caciques pintados por los cronistas “con sus cortes, tributarios, ejércitos y consejeros”; mientras que otros los mostraban como un ejemplo más de una sociedad bárbara e ignorante rescatada de su destino sombrío por la conquista.  A su vez, a los criollos les interesaba alabar el pasado indígena y reclamarse sus herederos frente a los peninsulares, aun cuando luego, después de la independencia, y tal vez sólo hasta la Constitución de 1991, lo que se haya evidenciado es un imperdonable olvido, cuando no un profundo desprecio.

Por ello, volviendo al presente, posiblemente la tarea pendiente en nuestro caso no sea   la de tumbar estatuas, sino la de erigir en nuestras mentes y en nuestras plazas todos los símbolos y las imágenes de nuestro pasado que aún nos hacen falta por conocer realmente para terminar de forjar nuestra identidad.

 @wzcsg