El anuncio, en el sentido que EU presentará un candidato a la Presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, rompiendo con 60 años de tradición según la cual el banco venía siendo conducido desde su fundación por un latinoamericano, ha generado tanto sorpresa como preocupación.
La misma preocupación y sorpresa que genera que ya gobiernos latinoamericanos hayan salido inmediatamente con un comunicado de apoyo a dicha candidatura, pareciendo cumplir pautas expedidas desde Washington y sin seguramente reflexionar sobre las implicaciones de esta nominación.
Por otra parte, lo que no entendemos los latinoamericanos es cómo nuestros mandatarios no llegan a un acuerdo y promueven un candidato latinoamericano. ¿Será que no hay liderazgo en la región en materia de política internacional? Personalmente, dudo que esta sea la razón.
Nos enfrentamos ante un doble dilema:
Por una parte, como se ha venido mencionando en repetidas ocasiones e incluso varios expresidentes de la región (Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos, Ernesto Zedillo, Julio María Sanguinetti y un expresidente colombiano afirmaron de manera solemne en una declaración), ‘se está rompiendo no sólo con una norma protocolaria sino con el espíritu con el que el banco fue creado, en 1958: se acordaba que la sede estuviera en Washington pero la dirección debía corresponder a un latinoamericano’.
Este es, además, el espíritu imperante en demás bancos de desarrollo regionales (africano, asiático) y en otros organismos financieros internacionales, como son el Banco Mundial (presidido por un estadounidense) y el Fondo Monetario Internacional (presidido por un europeo). Se trata, en esencia, de preservar el equilibrio. Son reglas del juego no escritas pero esenciales para el buen funcionamiento de las instituciones y para que impere la confianza entre los distintos socios. Si quebramos la confianza difícilmente logremos avanzar en unos objetivos comunes.
Por otra parte, la sorpresa y la preocupación derivan del momento actual en que EU decide presentar un candidato a un organismo multilateral. A punto de comenzar oficialmente la campaña electoral para las elecciones presidenciales de noviembre, el mandato del Presidente Trump se ha caracterizado por su rechazo al multilateralismo (durante su administración EU se salió de varios organismos internacionales, siendo el de la OMS el caso más reciente), ha defendido la idea de America First (suspendiendo, por ejemplo, ayudas a países centroamericanos por no realizar, a su juicio, suficientes esfuerzos en materia de inmigración, o amenazando con aranceles a México por el mismo motivo) y, sobre todo, ha liderado un endurecimiento de posiciones hacia otros países. Mauricio Claver-Carone, de ascendencia cubana, actual asesor presidencial para América Latina en la Casa Blanca es considerado el ideólogo de esa línea dura.
Cabe, por tanto, plantearse, si un organismo de desarrollo como el BID debe correr el riesgo de politizarse y ojalá así no suceda, ponerse al servicio de los intereses políticos de un país.
En un momento como el actual, en el que América Latina está siendo duramente golpeada por el Covid-19, con una crisis económica y social en camino como consecuencia de la pandemia, la región no debería permitirse el lujo que la institución que por excelencia que ha servido y sirve al desarrollo de los países de manera eficaz, se convierta en una herramienta con la que Estados Unidos pueda perseguir sus fines políticos en América Latina. Y tampoco que la institución sea utilizada con fines electoralistas para conseguir los tan ansiados y necesarios votos latinos de Estados como la Florida.
Por tanto, es necesario que los países de la región reflexionen sobre el apoyo.