En 2001, como respuesta a los ataques a las torres gemelas, se creó en los Estados Unidos la Dirección de Inteligencia Nacional, dependiente del presidente, para coordinar el trabajo de más de dieciséis agencias de inteligencia. Las más conocidas son el FBI -aunque solamente se encarga de información interna y crímenes federales-, la CIA que es la encargada de la inteligencia exterior, la NSA que recopila y graba comunicaciones e informaciones electrónicas alrededor del mundo, la DIA que es la principal agencia de inteligencia del Pentágono y otras afiliadas a programas militares u otros específicos, todas con la función principalísima de cuidar la seguridad de la nación, para lo cual existe también el Consejo de Seguridad Nacional (NSC).
En los Estados Unidos existe, como en otras partes del mundo, la disposición de que el “espionaje” a través de “chuzadas”, se haga previa autorización de un juez, para lo cual las agencias tienen sus jueces de bolsillo. En la Unión Soviética existía la KGB y ahora la GRU. En Israel es famosa la Mossad y en la Gran Bretaña el MI6. Algunas de ellas actúan en Colombia.
Los Estados necesitan las agencias de inteligencia para sobrevivir y adelantarse a los ataques a sus gobiernos y a las democracias. Existen desde tiempos inmemoriales: Moisés envió “espías” a la tierra de Canaán antes de entrar a ella. Si son necesarias en los Estados civilizados -que tienen un orden jurídico y lo aplican- cuánto más en países como el nuestro en el que el hampa -narcotráfico, violentos, cacos de todas las raleas, políticos conspiradores y corruptos etc- hace de las suyas.
Por eso no comulgo con el hecho de que, por unos artículos de una revista, que no sé si estén o no bien fundados -no importa-, levanten una polvareda contra unos militares que son prontamente destituidos, antes –repito, antes- de que los jueces, aún ineptos y venales, digan si hay o no razones para hacerlo. Ni los medios, ni los columnistas, ni los ministros, ni siquiera el presidente pueden juzgar y condenar. Sólo los jueces, previo el cumplimiento de todas las garantías para los acusados.
Veo un complot contra el ejército y, de paso, contra los gringos porque dizque financiaron esas actividades supuestamente ilícitas, liderado por los mamertos de siempre.
Hay quienes opinan que la revista no menciona un solo acto criminal, sino operaciones corrientes que el periodista convierte en criminales, a lo cual inmediatamente se suman columnistas y, lo peor, autoridades que anuncian severas investigaciones y destituyen militares antes de que aquellas avancen. Ha habido antecedentes, como el incidente del periodista gringo Nicholas Casey, del New York Times, contra al comandante general del ejército o, yendo más lejos, lo de hacker contra Oscar Iván Zuluaga.
Dice la revista que los militares hacían “perfilamientos”, que no es otra cosa que buscar en internet o en sitios públicos datos de la vida de una persona, lo cual atentaría contra el derecho a la intimidad.
Anoche hice un perfilamiento de José Manuel Marroquín, que fuera presidente de Colombia en 1898 y entre 1900 y 1904 y el autor del célebre poema “La Perrilla”. Supe cuándo nació, cuando murió, donde estudió, qué hizo en su vida, a donde viajó, quiénes fueron sus padres y quiénes sus hijos etc. Aprendí mucho y probablemente me metí en su intimidad. ¿Cometí un delito?
Como ñapa, tres senadores mamertos han acudido a la Cidh con quejas contra el Gobierno y el ejército. Y la Comisión de la Verdad, sin facultades, pide al Gobierno copias de los documentos.