“La sociedad se enriquece con una vida espiritual”
Desde los tiempos que se perdieron en la oscuridad de la historia, los seres humanos han tenido religiones. Y, por lo general, este ámbito espiritual ha tratado de enaltecer la condición humana, invitándola a elevar su mirada más allá de las limitaciones del tiempo, el espacio, la materia. En todas las religiones este propósito de elevar al ser humano ha tenido más o menos éxito. Las religiones suelen proponer ideales muy altos, humanamente difíciles de alcanzar, pero aunados al auxilio divino se hacen cercanos y posibles. Y este quehacer espiritual también y por fortuna ha evolucionado. La humanidad buscó a tientas por siglos y siglos cómo entrar en relación con la divinidad e hizo toda clase de ensayos. Las tres grandes religiones monoteístas son testigos de este caminar entre luces y sombras, pero hoy, si se las practica con racionalidad, tienen más de lo primero que de lo segundo.
Sin embargo, no siempre la utilización de lo religioso, por decirlo de alguna manera, ha sido lo mejor. A veces, incluso, ha sido de lo peor. Pero la insistencia hay que hacerla sobre el hecho de que las verdaderas religiones, las que quieren trazar el camino para el encuentro de los hombres con Dios, o, al contrario, tienen un carácter realmente redentor, de esperanza, tienen siempre palabras de iluminación. Lo que sucede por desgracia, de tanto en tanto, es que se toma la fuerza de lo espiritual, la autoridad que esto tiene sobre la conciencia humana, para generar inquietud, discriminación y violencias de todo tipo. Y este uso suele darse a partir de algunos centros de poder, bien sea este político, económico, sociológico, en ocasiones, familiar y aún religioso. Se toma la energía que hay en el ámbito religioso, que es personal y colectivo a la vez, y se le encamina para destruir, humillar, llevar a las tinieblas. Esa no es la verdadera religión.
Lo anterior nos lleva a pensar lo importante que resulta el hecho de que se favorezca la buena libertad religiosa y que desde este nivel se comprenda que la sociedad se enriquece con una vida espiritual fomentada con equilibrio y serenidad. En tiempos de angustia, de pérdida de identidad de los pueblos, de abandono de los débiles, de confusión social, suele generarse la tentación de utilizar la religión para hacer cosas que a ella no le corresponden ni desea que sucedan. Todas las actividades, incluso las del pensamiento y del espíritu, deben preguntarse siempre cuál es su aporte al desarrollo y bienestar de la humanidad, para moverse en esa franja y para no saltar límites que terminan por desdibujar todos sus propósitos. La religión también está obligada a situarse en medio de la sociedad como factor de construcción y de sentido. Mucho cuidado hay que tener entonces con las salidas en falso en el campo espiritual pues pueden afectar gravemente la vida individual y la colectiva. Jesús, por ejemplo, se definió a sí mismo como luz, como vida, como verdad y camino, como buen pastor y pan de vida. Todo esto suma para bien. Esa tiene que ser la esencia de lo religioso y espiritual.