La importancia de las pausas | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Octubre de 2021

En la carrera frenética impulsada por el pensamiento moderno, pareciera que no hay derecho a parar y que hacerlo es sinónimo de fracaso. No hay tal.

En las diferentes competencias en que la humanidad se ha montado, parar es un exabrupto: la carrera armamentista, los récords mundiales, la 5G -que será seguida por algunas 6, 10 o 1000G–, cualquier signo de disminuir la velocidad o detenerse es algo que representa debilidad y vulnerabilidad.  Sin embargo, resulta que la vida, al menos en estas tercera y cuarta dimensiones en las que estamos, contempla detenerse como parte del proceso. Quienes viven en países con marcadas estaciones reconocen que en el otoño se entra en un ritmo más lento que el del verano: se pasa de momentos de exaltación a otros de reposo.  Nuestro propio cuerpo lo sabe: dormimos aproximadamente un tercio de nuestra existencia, porque de lo contrario colapsaríamos.  Nuestros órganos vitales entran en una fase diferente, que nos permite recuperar energía para la siguiente jornada.  Es cuestión de escuchar a la naturaleza, de escucharnos a nosotros mismos.

Nuestra vida cotidiana también exige pausas, tiempos para entrar en otros ritmos, lentos, suaves, que nos permitan reenfocar la existencia, reflexionar, hacer un duelo o sencillamente abrazarnos con lo que haya, sin juicios.  Nada de esto es posible si creemos que la vida es una competencia, así sea contra nosotros mismos, si seguimos pensando que el tiempo es solo para producir resultados materiales.  Claro que ello es importante, pero si lo que buscamos es ser más efectivos necesitamos tener espacios de calma. ¿Cuánto tiempo puede durar la pausa? Desde la estandarización que proclama leyes objetivas, lo menos posible.  Desde el reconocimiento de la subjetividad –desde la consciencia que cada persona es una totalidad que está llamada a armonizarse con otras totalidades similares y con un Todo mayor– el tiempo que cada quien necesite. 

Podemos darnos el permiso de parar, de reducir el compás de la marcha, para autocontenernos   o contener a otros; para reestructurarnos; para sanarnos y recuperarnos de situaciones físicas o emocionales que nos hayan afectado; para replantearnos nuestra espiritualidad y la relación con Dios.  Así como en la música hay silencios que permiten separar las oraciones musicales y dar espacio para la respiración, la vida requiere espacios de quietud. Tenemos ese derecho, que nos lo negamos si seguimos creyendo que lo que importante es “retroceder nunca, rendirse jamás”, que seremos perdedores si decidimos parar. 

Lo cierto es que cuando necesitamos disminuir la velocidad o parar y no lo hacemos, la vida encuentra sus maneras para que nos detengamos. Mejor hacerlo de manera consciente, en respeto profundo por nosotros mismos, en entrega amorosa a nuestra propia existencia. 

@edoxvargas