La fe: piedra filosofal | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Julio de 2020

Desde la antigüedad ha existido anhelo humano por transformar lo efímero y de menor valor por lo perdurable y precioso. Lograr su propio engrandecimiento fue la tentación que llevó a los primeros padres a desobedecer al Creador (Gen. II). A través de los siglos encontramos que alquimistas y esoteristas unidos se han propuesto tener cómo crear esas transformaciones de ínfimo valor por algo de la más alta cotización. Ese fue el origen de la legendaria “piedra filosofal”, con más intensa búsqueda desde el Siglo XII, a cuanto le dio alguna atención el gran científico inglés Isaac Newton (1643 – 1727).

Ha existido siempre el empeño humano de superación, y es distintivo de su naturaleza dotada de inteligencia y voluntad. El Creador puso al ser humano en medio del universo y le pidió que echara adelante la naturaleza creada (Gen. 1, 27-29). Con propiedad dijo Gabriela Mistral: “No hay arte ateo, adorarás a Dios creado a su semejanza”. En ese empeño de superación podemos ubicar a los que, con anhelo de crear esa famosa piedra con dote de transformación no solo de metales, sino como medio de rejuvenecimiento y de inmortalidad.

Lastimosamente varios cultores de la ciencia viven de espaldas a Dios y se dejan guiar por sus “adelantos” con prescindencia de Él, orientan sus estudios como en cierta rivalidad con Él, y pretenden con algunos de sus experimentos, sustituirlo, pero tales ambiciones, son erradas, y más bien empequeñecen que lograr transformar o rejuvenecer.

Del mismo Hijo de Dios dice la Escritura, que en Nazaret crecía en edad y sabiduría en cuanto hombre (Lc. 2, 52). Él mismo puso una meta de perenne superación cuando dijo: “Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto” (Mt. 5,48), y trazó caminos de ese permanente avance como el amor, la generosidad, búsqueda de verdadera y completa sabiduría, renuncia a caminos fáciles y deleznables. Es el mensaje de construir sobre piedra mejor dotada que la “filosofal”, y no sobre la arena movediza de sola materia.

Todo esto que estamos concluyendo es la piedra granítica de la FE, que todo lo transforma no con ilusorios sino con valorizantes programas. “La piedad es útil para todo”, dijo S. Pablo (I Tim. 4,8), pero ella, bien inspirada, ese convierte en Fe con obras, que la muestran cuando se la profesa de verdad (Sant. 2, 14-19). La fe verdadera, sin vacilaciones, obra prodigios aún físicos, como lo advirtió el propio Jesucristo (Mt. 17,20), y es autora del máximo prodigio de la Encarnación divina. “bienaventurada tú que has creído”, dijo Isabel a María (Lc.1, 45). “Hágase según tu fe”, dijo Jesús al ciego de nacimiento (Mt. 9,29), y quedó perfectamente curado.

Son respetables los avances científicos, pero que no se prescinda esa “piedra fundamental de la fe”, que es también fuerza sicológica y que pone todo en manos de él Ser divino, cuya existencia es pregonada por su admirable creación y sus múltiples visibles intervenciones cuando se le pide algo con humilde fe. Obra de ella es cambiar la tristeza en gozo, la debilidad en fortaleza (II Cor. 12,10), transformar la muerte en vida. Apreciemos la fe como nueva piedra filosofal y tendremos la alegría de vivir de seguridad y felicidad sin fin.

*Obispo Emérito de Garzón

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