El mayor divertimento nacional, después del fútbol, es especular sobre resultados electorales, sobre alianzas políticas, sobre gabinetología y contragabinetología. Así ocurrió en las elecciones pasadas. Los analistas que no acertaron en sus pronósticos ahora nos explican el apoyo que obtuvo cada Partido y, sobre todo, el resultado de la consulta interpartidista. Se dice que de los algo más de cuatro millones de votos que obtuvo Duque, muchos no son de él, sino que vienen de otros sectores porque había que detener a Petro. De Marta Lucía comentan que parte de los votos que depositaron por ella eran para neutralizar a Duque; de Petro dicen que llegó a un techo, y los que no votaron por nadie serán la gran base para fortalecer a Fajardo y De la Calle porque la carrera presidencial apenas comienza, cuando la campaña comenzó con el recaudo de firmas por quienes se inscribieron por ese procedimiento o cuando fueron elegidos por los respectivos Partidos. Estamos a dos meses de la elección presidencial y lo que resta es la construcción de alianzas, la asistencia a foros y debates y seguir visitando las regiones.
Por otro lado, es oportuno reflexionar sobre las motivaciones en una elección presidencial. Hace algún tiempo le leí a García Márquez que no entendía el criterio con que los norteamericanos elegían sus presidentes. Ese es un país en el que es más importante, en la vida pública, ser héroe de guerra que exhibir un doctorado de Harvard. Al héroe de guerra lo ven como un patriota que arriesgó su vida por la defensa de los intereses de su país. El egresado de Harvard bien puede ser asesor del líder que tenga ese antecedente. Como es un país con una profunda influencia de los valores de las iglesias cristianas se mira mucho que el aspirante tenga una familia, que haya sido un buen padre y, ante todo, que tenga carácter para tomar las decisiones más difíciles, y que no mienta. Ese paradigma se quebranta un poco con el actual presidente de los Estados Unidos.
Entre nosotros el grueso de la gente no entiende las clasificaciones de izquierda y derecha. Ese es un debate más de escenarios académicos o de los medios de comunicación. Por ello ha resultado curiosa la facilidad conque a unos los ubican a un lado o en otro dependiendo de su actitud frente a algunos temas. Ese debate no lo hemos dado con suficiencia y, por tanto, no se conocen bien sus linderos y ha servido es para descalificar.
En Colombia la gente vota por un aspirante de acuerdo con la coherencia e integridad de su vida y por su capacidad de comprometerse con propuestas sencillas y viables de solución de los problemas que nos agobian. Por el que llene de esperanza y mejor interprete el alma nacional, sin olvidar que por la debilidad estructural de nuestros partidos políticos sigue imperando, en alguna proporción, la mentalidad, el temperamento y la tradición caudillista. Ello ha sido la constante en toda América Latina.