JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 11 de Agosto de 2014

Para el despegue educativo

 

Es  útil hacer algunas precisiones al objetivo nacional de educación que planteó en su discurso de posesión el presidente Santos. Sorprendente pero revelador, lo escribe en su último libro el exjefe económico del Banco Mundial Justin Yifu Lin (The Quest for Prosperity/How Developing Economies Can Take Off, Princeton University Press, 2013) que información comparativa de varias economías no exhibe  asociación entre capital humano atribuible a mejoras en los índices educativos de la fuerza laboral y la tasa de crecimiento de producto por trabajador. El primer  investigador en hallarlo fue Lant Pritchett en un estudio conjunto Where has all education gone? (2000) del Banco Mundial y la Escuela John F. Kennedy de Gobierno de Harvard que es hoy pieza angular de cualquier proyección educativa en grande.

Lin y Pritchett aseguran que muy frecuentemente expectativas en grande como la esbozada por nuestro mandatario el 7 de agosto se entraban por tres razones. Primera, el entorno institucional y gubernamental ha sido tan negativo que la acumulación de capital educativo disminuye el crecimiento económico. Segunda, los rendimientos marginales de la educación pueden caer rápidamente a medida que la fuerza laboral educada se expande y la demanda permanece igual o disminuye. Tercera, la calidad educativa puede haber sido tan baja por un segmento extendido de tiempo que la creación genuina de capital humano se puede tomar hasta 20 años.

La antigua escuela económica estructural no vio el papel del desarrollo humano en el crecimiento económico. En cambio, la economía neoclásica postula que el crecimiento sostenido del ingreso per cápita  de varios países en los siglos XIX y XX se debió en esencia a la expansión  de conocimiento, lo que elevó la productividad del factor trabajo y otros insumos dentro de los procesos. Lo que es claro hoy en teoría económica es que el crecimiento es resultado de sinergias entre educación y entrenamiento. Lo cual explica por qué largos incrementos en gastos educativo y de entrenamiento han  jalonado el crecimiento tecnológico en economías líderes.

¿Por qué entonces los hallazgos preocupantes de Lin y Pritchett? El neo-estructuralismo ve el capital humano como componente de la riqueza del país. A medida que las firmas suben en la escala industrial, empresas intensivas en capital se acercan a la frontera industrial global y enfrentan mayores riesgos. El capital humano sofisticado estimula la habilidad para enfrentar riesgo e incertidumbre y la formación de capital humano para la competencia abierta implica gestación extendida.

La persona que deja de recibir educación a temprana edad o la recibe mal por desnutrición (entre 3 y 4 millones de infantes aquejados de desnutrición en Colombia según el Banco Mundial para 2012) difícilmente compensa esta carencia a edad más avanzada. La inversión en capital humano debe tener correspondencia con la acumulación de capital físico (infraestructura) y la reconversión industrial. Si ello no ocurre, el capital humano se erige en limitante para el desarrollo económico y su sobreoferta es fuente de desempleo y frustración como lo demuestran economías como la egipcia y turca.

Singapur brinda el ejemplo de proyección educativa sólida edificada sobre pivotes realistas. Las evidencias de Pritchett son incontrovertibles: sin entorno judicial que opere a un mínimo de eficiencia la proyección educativa nace fallida.

Bien por ello presidente Santos. Necesitamos capital humano que enfrente con éxito las distintas fases de los ciclos de producción. Pero también educación que rompa la máxima de Sherlock Holmes: “La habilidad es maravillosa y el genio espléndido, pero los contactos correctos son más útiles que ambos”. Lo que indica que en un país donde los privilegios sigan siendo dominio de pocos y las oportunidades no se democraticen cualquier esfuerzo será vano.