JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Diciembre de 2013

Diplomacia de pusilánimes

 

El 12 de septiembre de 2011, el presidente venezolano Hugo Chávez anunció que le daba 72 horas al embajador de EE.UU. Patrick Duddy para dejar su país. El líder populista explicó que lo hacía en solidaridad con el presidente de Bolivia Evo Morales, quien había ordenado previamente la expulsión del también norteamericano embajador en La Paz después de acusarlo de fomentar protestas.

La expulsión de embajadores es recurso utilizado desde tiempos inmemoriales (el intercambio de embajadores es anterior a Cristo) para manifestar inconformidad con algún tipo de medida, o para responder un gesto inamistoso de otro país con el cual se tienen relaciones diplomáticas. No implica su ruptura y los agentes consulares pueden continuar en ejercicio atendiendo las necesidades de sus compatriotas.

No creo equivocarme al escribir que el último embajador colombiano expulsado de un país fue Jaime Jaramillo Arango, quien nos representaba ante el Reich en Berlín desde 1936, designado por el presidente López Pumarejo. En un país que no recuerda su historia ni quiere invocarla, deben ser otros quienes se la refresquen. La Deutsche Welle viene conmemorando la famosa noche de los cristales rotos, Kritsallnacht, cuando se iniciaron las agresiones nazis contra judíos y otras minorías en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 en Berlín.

Cientos de personas murieron y muchas otras fueron torturadas en la penumbra nocturna del frío otoñal. Un diplomático, por razón de su profesión médica, que era Jaramillo Arango, pudo saber lo que ocurriría por información de un judío enfermo a quien venía auxiliando humanitariamente y acompañado del secretario de la Legación, Carlos Schloss Pombo, y su conductor portugués, se trasladó hacia los suburbios judíos en la madrugada. Tomaron fotografías y se repartieron algunos auxilios en medio de la tragedia humana. No tardó la Gestapo, que los seguía, en detener su automóvil Mercedes Benz diplomático y les exigió las cámaras de fotografía con las cuales ya se habían tomado impresiones de destrozos.

Jaramillo Arango les expresó que sobre su cadáver las tomarían e invocó su inmunidad diplomática. Al día siguiente fue conminado por el canciller nazi, Joachim von Ribbentrop, a salir en el plazo de 72 horas de Alemania, lo cual hizo en un tren expreso que la dictadura le organizó hasta la frontera holandesa. El hecho fue noticia en todo el mundo, primera página en The New York Times y The Times y por ellos conmemorado hace dos semanas.

El presidente Eduardo Santos -estadista con criterio bien ajustado- hizo lo propio con el embajador alemán en Bogotá y por ello se dice una y otra vez que Colombia fue el primer país latinoamericano en oponerse al nazismo (aunque las posturas racistas del canciller López de Mesa oscurecerían después el hecho).

La inefable canciller Holguín -quien tiene su capítulo garantizado en la historia, aunque a ella la historia le valga un higo- llamó a consultas a nuestra embajadora en señal de protesta ante actos muy graves en contra de la soberanía colombiana que viene cometiendo desde hace décadas el dictador de Managua.

¡Por Dios ¡se trata aquí de una cohorte de usurpadores anti-demócratas que buscan arrebatar nuestro territorio. Mucho más grave que la solidaridad que invocó Chávez o la rabia que causó a Hitler la presencia del diplomático colombiano en medio de los cristales rotos. Y fueron expulsados. Frente a mucho más -ni más ni menos que nuestra integridad territorial- la Canciller responde con el gesto pusilánime de llamar a la embajadora colombiana en Managua en vez de haber expulsado al embajador nicaragüense en Bogotá.