DILEMA DEL PRISIONERO
Ceses que sí funcionen
Sin mecanismos efectivos de monitoreo y verificación los ceses del fuego raramente se sostienen. En su presencia activa ostentan cierta probabilidad de éxito. Esta es la lección histórica y en particular de las experiencias de la Misión de Monitoreo de Sri Lanka, la Misión de Monitoreo de Kosovo (Antigua Yugoslavia), la Comisión Militar Conjunta de Montes Nuba de Sudán, Unamsil en Sierra Leona y el Acuerdo de Cesación de Hostilidades de Aceh (Indonesia). Es curioso que no se hubiera tenido en cuenta por negociadores del Estado colombiano como de las Farc esta realidad patente.
En numerosos acuerdos hay un fuerte incentivo para no cumplir. Tales son los casos de los Acuerdos de Paz de Arusha en Ruanda y el Protocolo de Kyoto sobre emisiones de gases de efecto invernadero. Es el caso clásico señalado por el denominado Dilema del Prisionero, problema esencial de la teoría matemática de los juegos -que deben conocer los negociadores De la Calle y Jaramillo porque es pilar de la teoría de negociación- según el cual dos personas pueden no cooperar incluso si el soporte mutuo va en contra del interés de las dos partes. Es un ejemplo de suma no nula -como lo evidencia el equilibrio Nash creado por John Nash, inmortalizado en la película A Beautiful Mind- que induce a cada jugador a traicionar al otro aunque ambos obtendrían resultado mejor si colaboraran entre ellos.
Si a esto añadimos el elemento del expoliador (el spoiler que perfiló Roger Fisher que se oculta en alguna de las partes) los ceses del fuego sin monitoreo o verificación (términos distintos) están condenados al fracaso. Pero si los ceses bilaterales sin estos dispositivos no tienen proyección práctica efectiva, menos los ceses unilaterales. Y ceses unilaterales sin monitoreo o verificación constituyen una mina interna que se les coloca a los procesos de paz. Extraña que los negociadores expertos no le hayan advertido este hecho de bulto al Presidente de la República.
Análisis del pre-cese del fuego y planeación avanzada -como lo hizo con profesionalismo la ONU en Kosovo en medio de la desintegración de la antigua Yugoslavia- implican plazos claros dentro del proceso de paz. En el actual proceso colombiano se dejó que las Farc declaran un cese el fuego no verificado ni sujeto a monitoreo alguno. Con la presencia de expoliadores declarados como el Bloque Sur y el Frente 48 de las Farc. Lo ocurrido con el último ataque en el Cauca era predecible.
Nada esté acordado hasta que todo no esté acordado y suscrito. Así, al proceso de paz le nacieron situaciones hipotéticas que sólo (sólo, hay que reiterarlo) son resultado de acuerdos formales. Nadia concebiría en círculos expertos ceses del fuego declarados unilateralmente no sujetos a verificación y monitoreo sin que ni siquiera haya un preacuerdo entre las partes. Ha fallado aquí la técnica negociadora.
Porque el cese el fuego declarado por las Farc fue, para quienes lo quieran ver así, un gesto de buena voluntad en medio de un mar de espinas. Muy en especial de las que crecen en las unidades de la insurgencia en el sur del país. El Gobierno se vio constreñido a responder con otro gesto de buena voluntad para no quedar atrás mediáticamente, atando las manos de las Fuerzas Armadas. Todo por fuera de acuerdos formales.
Los procesos de paz son instancias delicadas y débiles. Tienen que estar dotados de agendas y cualquier sub-acuerdo debe quedar plasmado en ellas. Acuerdos con mecánicas internas que los inmunicen y garanticen su éxito. El problema es que estos pre-acuerdos formales -los que construyen la paz- no pueden hacerse dentro del marco actual cuya reforma urge para que ceses del fuego tengan su lugar con monitoreo y verificación.