JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Febrero de 2013

Política de fronteras

 

Es cierto: la cibernética ha permitido finalmente el nacimiento de una sociedad global y el mundo se achica poco a poco gracias a los milagros de la nueva logística. Pero en el trasfondo de los adelantos se mantienen las realidades de la vieja geografía que sigue siendo una, única e inmutable.

China es hoy propietaria de millones de hectáreas de tierra agrícola y minera en África, EE.UU. ha entrado en la carrera con el arrendamiento de vastos trechos en varios continentes, Corea del Sur viene multiplicando su propia superficie con satélites también mineros y agrícolas en América Latina. Y una nueva modalidad empieza a emerger: la celebración de contratos sobre miles de kilómetros cuadrados de mar y derechos sobre zona exclusiva marítima.

Dictadores brutales, divisiones sectarias y represión política se encuentran en el origen de la gran mayoría de conflictos en el mundo moderno. Pero, como lo estudia Robert D. Kaplan en un libro fundamental, The Revenge of Geography: What the Map Tells Us About Coming Conflicts and the Battle Against Fate (Random House 2012), otros factores volverán a ser, como lo fueron hace milenios, causa de guerras y conflictos: terrenos ricos en minas, mares abundantes en fauna y recursos físicos, y ríos y tierras según sea su fertilidad.

La degradación de la tierra cultivable es un hecho cierto, evidente en Colombia y otros países latinoamericanos. Un ejemplo salta a la vista: la Sabana de Bogotá y el valle de Rionegro, sujetos a la exacción de sus fuentes subterráneas de agua como resultado de actividades productivas intensivas en este recurso, tienen hoy un nivel freático que hace predecir su desertificación en dos o tres generaciones. Así, la tierra óptima va reduciéndose y la presión demográfica eleva su valor económico y político.

Ni qué decir del mar. Para nadie es un secreto que porciones importantes del Caribe, el Mediterráneo y mares regionales de Asia muestran reducciones abruptas en sus reservas pesqueras. Y si a este cuadro se añade el fenómeno de los cambios climáticos, el panorama resultante no es simple literatura apocalíptica para aturdir incautos sino una realidad económica que empieza a golpear.

Pese a regulaciones migratorias draconianas, las fronteras son cada vez más porosas y la inacabable imaginación humana encuentra el salto a cada freno legal. Si al terreno movedizo que viene convirtiéndose la adquisición foránea de mares y tierras ricos -los pocos que van quedando- se le agrega la situación de zonas transfronterizas que tienen hoy vida propia, por encima de colores nacionales, el desafío en términos de políticas públicas es inmenso.

Kaplan fue el autor de cabecera de Clinton durante su presidencia y lo es ahora de Obama porque sus obras como Los Demonios de los Balcanes y Monsoon plantean retos y problemas que se esconden a la vuelta de la esquina para los cuales es prioritaria la formulación de respuestas. Colombia comparte extensas y difíciles fronteras con sus vecinos, donde hay desde el estrecho entrelazamiento comercial en Norte de Santander y La Guajira con Venezuela hasta el concepto enrarecido de vecindad selvática existente en Chocó frente a Panamá, o en Guainía de cara a Venezuela y Brasil. Para no hablar de la relación compleja de nuestro archipiélago de San Andrés frente a Nicaragua.

No se trata ni mucho menos de poner cerrojo a nuestras fronteras sino de adquirir conciencia clara de que las realidades de la geografía vuelven a jugar de lleno en medio de la escasez global de recursos. Dentro de lo cual una macropolítica de fronteras se constituye en gran prioridad nacional.