Del ministro de Hacienda
El gran hacendista francés Gaston Jèze decía que una de las características que debe tener todo ministro de hacienda es “la ferocidad”. El ministro Cárdenas debe hacer gala de esta característica pronto, pues, como van las cosas, sus propios colegas se van a encargar de hacerle perder toda autoridad en materias presupuestales. Lo cual sería gravísimo.
Veamos. Es normal en todo gobierno que en el interior del mismo haya una pugna de cada ministro -a menudo áspera- para obtener la mayor tajada presupuestal para su sector. Pero esa puja debe tener lugar “al interior” del gobierno: no en público.
Ahora las cosas están desarrollándose al revés. Con creciente desparpajo, y casi que con alaridos públicos, buena parte del gabinete está tomando la costumbre de reclamar que el presupuesto asignado no le alcanza. Lo cual maltrata la autoridad del ministro de Hacienda que se apoya precisamente en la premisa de que su voz es la única que lleva ante el Congreso el mensaje presupuestal del Gobierno.
El ministro de Vivienda dice que lo asignado no le alcanza para sus casas. La de Educación, que con lo que se le asignó, las metas y las promesas educativas están en entredicho. El Vicepresidente vocifera amenazante que no le dieron lo suficiente para agua potable. El ministro de Defensa advierte con tono marcial que no podrán aplicarles el recorte del 10% en gastos de funcionamiento a las Fuerzas Militares pese a que se decretó para todos los sectores. El ministro de la Presidencia advierte que las partidas para la justicia son insuficientes. Y así por el estilo...
Las leyes presupuestales son muy claras: las cuotas de inversión entre los diversos sectores las prepara Planeación Nacional y ellas son definidas por el Conpes, en reunión especial, en donde se hace el arbitraje y la distribución final e inapelable de la inversión que se asigna a cada uno de los sectores en el proyecto anual de presupuesto. Así se lleva el presupuesto de inversión a consideración del Congreso. De ahí en adelante, la única voz gubernamental en las discusiones del presupuesto que debe oírse es la del ministro de Hacienda. ¡Y la de nadie más!
Y así tiene que ser: un gabinete haciendo lobby sectorial ante el propio Congreso, o formulando reparos en público para que aumenten las cuotas de inversión acá y allá, no solo es el peor de los espectáculos que testimonia desorden y falta de coordinación al interior del Gobierno. Sino que termina por erosionar en materia grave la capacidad coordinadora del ministro de Hacienda en algo tan crucial como la discusión anual del presupuesto nacional.
Este desorden, unido a los propios titubeos y bandazos que ha rodeado la presentación de la situación fiscal y la discusión preliminar de lo que será la próxima reforma tributaria, está lanzando un pésimo mensaje sobre las finanzas públicas del país, que parecen estar en situación mucho más delicada de lo que se había revelado y dan la sensación de estar pegadas con alfileres.
De manera que el ministro Cárdenas debe recobrar cuanto antes esa "ferocidad" que recomendaba para los jefes de la cartera de Hacienda el gran hacendista Gaston Jèze. Una cosa es clara: a los primeros a los que tiene que sacarle los colmillos el ministro de Hacienda es a sus propios colegas. Para recordarles que es la suya, por mandato de la ley, la única voz autorizada en asuntos presupuestales ante el Congreso.