Tras el uranio y el oro de Mali
El despliegue de la intervención militar de Francia en Mali es una noticia que ocupa las primeras planas de diarios, portales de Internet, noticieros de radio y de televisión en el mundo. Se mira al presidente francés Francois Hollande como el nuevo adalid de la lucha contra el terrorismo por su cruzada en contra de los avances de las células del Magrebí de Al Qaeda en el Sahel con la Operación Serval de reconquista del norte de Mali.
El mensaje que envía Francia a la comunidad internacional, con esta operación militar que busca restablecer el orden y la paz en su antigua colonia, es la de un país que combate abiertamente el terrorismo. Lo polémico de su apuesta “humanitaria” son los intereses económicos y estratégicos que tiene en los territorios controlados por los separatistas Tuareg.
Las preguntas que surgen de toda la parafernalia de la guerra unilateral de Francia en Mali: ¿cuáles son las razones de fondo que tiene para haberse lanzado unilateralmente en una intervención militar, en un país sin salida al mar, con la mayor parte de su territorio desértico; más de 60% de su población sobreviviendo con menos dos dólares diarios y con una de las tasas de mortalidad y analfabetismo más altas del mundo?
¿Por qué razones rechazó las voces que pedían que se abriera un diálogo, se convocara a elecciones presidenciales y se negociara con los Tuareg? Es evidente que Francia no adelanta esta ofensiva militar por simples fines altruistas de restablecer la democracia y la paz en Mali, ni por proteger a los ciudadanos franceses en ese país, ni los intereses de la UE, sino para defender sus intereses económicos y estratégicos en el Sahel, especialmente de empresas francesas que explotan el uranio barato en los territorios en disputas y en Níger.
Detrás del sofisma de la lucha contra Al Qaeda lo que busca es amparar las concesiones de explotaciones de uranio y oro que tienen las empresas francesas en los territorios ocupados y en la zona fronteriza del norte de Níger con Malí. Quizás por eso hasta ahora Estados Unidos y sus socios europeos sólo le han ofrecido timoratamente ayuda logística. Un asunto que aún no se ha abordado con la profundidad que amerita, pero que deja en claro que va detrás del uranio y el oro de Mali.
Mali es el tercer productor de oro de África y octavo del mundo y desde hace más de una década el oro se ha convertido en su principal producto de exportación, cuyas explotaciones son controladas en gran parte por empresas francesas.
Mali y Níger son poseedores de una de las mayores reservas de uranio del mundo y la mayoría de aquellos yacimientos están en los territorios en disputa y en las zonas fronterizas de ambas naciones. En la región de Agadez, al norte de Níger, en la frontera de los dos países, empresas francesas controlan la explotación de las minas de uranio de Arlit y Akauta.
El temor que tiene el gobierno de Hollande es que los franceses pierdan el control de aquellas concesiones si los separatistas logran consolidar un nuevo Estado islámico en el norte. Igualmente tiene miedo sobre el efecto dominó que se podría desencadenar en Níger, tras un triunfo de los separatistas Tuareg en Mali, dado a que en Níger, también luchan por su autonomía y en todas sus demandas exigen una mayor participación en el control y las explotaciones de uranio.