La inmortalidad de la risa
Robeto Gómez Bolaños, el gran creador mexicano con el que hemos crecido varias de las generaciones latinoamericanas y algunas de las de otras latitudes, ha pasado a la inmortalidad. No ha muerto. Simplemente ha formalizado su instalación en la inmortalidad.
Todos los personajes que nacieron de su prolífica creatividad nos acompañarán siempre. El Chavo, probablemente el más popular de todos; el Chapulín Colorado, Don Ramón, el Señor Barriga, Doña Florinda, Kiko, el Profesor Jirafales, la “Bruja del 71”, La Chilindrina, Los Cacos, esa torpísima banda que formaban el Chompiras, el Botija y la Chimoltrufia y ese médico, siempre viejito y siempre varado, el doctor Chapatín.
La idea de hacer un antihéroe como el Chapulín para luchar contra el mal, como el Superman gringo, aunque con dudosos poderes, que en todo caso siempre lo sacaban de apuros, fue una verdadera revolución en su momento. Extremadamente simbólico que en medio de la corrupción mexicana que es el mismo cáncer en toda Latinoamérica apareciera y tuviera éxito un personaje que se preciaba de ser más fresco que una lechuga, de ser un poco más ágil que una tortuga y algo más fuerte que un ratón, pero de tener por escudo un corazón, tal como lo exhibía su uniforme.
El Chapulín, ni siquiera tenía la velocidad de Speedy González, su paisano americanizado, ni la fuerza de Blue Demon o de Santo, el enmascarado de plata, esos luchadores mexicanos que también construyeron el imaginario suramericano. Todo lo que tenía en realidad era nobleza y ganas de ayudar al prójimo, una característica que aún hoy en tiempos aciagos sigue siendo propia de nuestros pueblos, a pesar de tanta insistencia de las clases dirigentes por inocular la maldad.
La vecindad del Chavo es un microcosmos de cualquier barrio popular latinoamericano. Esa misma casa de inquilinato puede encontrarse en Bogotá que en Buenos Aires o en Santiago que en Sao Paulo. La pobreza y la dignidad con que algunos la conllevan es un sello de nuestro subcontinente. Pero también lo son personajes como el del Señor Barriga que vive de esos arriendos y tiene que pasar cada mes por el drama de cobrarlos o el de Doña Florinda, siempre de mejor familia que sus vecinos o Don Ramón y todos sus malabares financiero-laboro-sentimentales para sobrevivir dignamente sin tener que entregar sus escasas carnes y muchos huesos a Doña Clotilde que siempre anda a su caza.
Sesudos analistas, casi todos de izquierda, como los que despotricaban de Tío Rico MacPato, critican la supuesta incorrección política del imaginario de Don Roberto Gómez, pues para ellos -siempre equivocados- promueve valores de conformismo que impedirían el triunfo de la revolución. Menos mal, y eso también hay que agradecérselo a Chespirito, pues siempre es mejor reírnos con hambre, que morir de tedio en un paraíso comunista, y de paso, seguir con hambre.
La risa, como decía ese monumento republicano que eran las Selecciones del Readers Digest, es un remedio infalible y tal vez, es lo único que en esta América sufrida nos salva de la locura.
@Quinternatte