Fútbol sin Escuela
Desde hace cerca de 15 años en Bogotá, y en la mayoría de las ciudades grandes e intermedias del país, se volvió moda la fundación de escuelas de fútbol y la presencia masiva de niños, que llevados de la mano de sus padres intentan aprender o perfeccionar la técnica para la práctica de ese deporte.
Esa debería ser una buena noticia, pues se trata de la masificación de una práctica deportiva; y el deporte, sobre todo el de conjunto, teóricamente inculca valores y principios, absolutamente necesarios en la educación de los niños para estructurar ciudadanos de bien. Sin embargo, cualquiera que vaya un sábado o un domingo a una de esas canchas de fútbol en las que se escenifique algún partido, amistoso o válido dentro de alguno de los cientos de campeonatos que se disputan, podrá ver el espectáculo de todo lo que no debe ser la formación de niños y jóvenes deportistas.
Asusta ver a tipos que se autodenominan “profesores” para asumir el entrenamiento y dirección técnica de equipos formados por niños de 7 u 8 años a quienes insultan y gritan, sin ningún miramiento por su edad, para que corran, “metan”, peguen, cierren, achiquen y todos los etcéteras del mundo futbolístico profesional. Niños de esas edades, tensionados y nerviosos, con sus pequeñas cabecitas llenas de toda esa terminología que los técnicos de fútbol y los comentaristas de ese deporte se han inventado, cuando de lo único que deberían estar preocupados es de la pura y simple diversión de correr tras un balón en pos de la portería rival.
Pero si por el lado de los técnicos llueve, por el de los propios padres de familia, no escampa. Éstos han decidido que los niños tienen la responsabilidad indeclinable de convertirse en estrellas y de enriquecerlos con supuestos contratos millonarios. Y por cuenta de semejante “sueño” van a las canchas a presionar a sus hijos y a pelear con los de los demás. Es vergonzoso ver padres y madres gritando a sus hijos e insultando a los rivales e incluso yéndose a las manos con los familiares de sus ocasionales contrincantes.
Toda la intolerancia, la polarización y la corrupción que el país vive en el plano político, económico o deportivo, está ahí, en ese pequeño microcosmos de una cancha de fútbol aficionado infantil. Hay gente dispuesta a quebrar las reglas para lograr su resultado o a descalificar al rival insultándolo o a agredirlo. También hay, como en el país, gente sana y tranquila, y aunque no son minoría, sí son los que menos se notan.
El Estado probablemente ya no pueda hacer nada con todos esos adultos descarriados de los mínimos valores éticos, pero sí debería intentar hacer algo por los niños. Y en esa dirección, el Ministerio de Educación debería meterle mano a todas esas “escuelas” de fútbol para que desarrollen un verdadero programa pedagógico y no un simple catálogo de patadas.
El Estado está obligado a actuar. Al fin y al cabo se trata de instituciones que se anuncian como “escuelas” y de entrenadores que se autodenominan “profesores”.
@Quinternatte