HORACIO SERPA | El Nuevo Siglo
Miércoles, 21 de Noviembre de 2012

¡Verdad, solo la verdad, toda la verdad!

 

En este momento solo cabe decirnos la verdad. Me refiero al fallo de la Corte de La Haya, sobre el diferendo limítrofe con Nicaragua. Nos fue mal. Para qué  adornar la sentencia si sabemos que perdimos inmensas zonas de mar territorial, con todas las malas consecuencias que ello entraña en recursos naturales, en posibilidades de navegación, en materia de seguridad, en posibilidades de pesca para nuestros compatriotas del archipiélago. Incluso perdimos en materia de credibilidad internacional y hasta de honor propio, porque el fallo significa que hemos estado diciendo mentiras y que injustamente nos aprovechamos de una interpretación unilateral del Tratado Esguerra-Bárcenas para desconocer los derechos de nuestros vecinos.

No fue poca cosa. La zona de mar territorial que debe pasar a manos de Nicaragua es inmensa. No se sabe a ciencia cierta la extensión, pero se ha dicho que puede ir desde 30.000 kilómetros cuadrados, hasta 150.000 kilómetros cuadrados. Zona de abundante pesca y de posibilidades en materia de riqueza petrolera. Dicen que el 75% de los derechos que teníamos en esta área sensible e importante del Mar Caribe, sobre la cual siempre ejercimos presencia, posesión y soberanía.

No vale la pena hablar de los reconocimientos que obtuvimos en el fallo. Siendo sinceros, ninguno. Todo lo teníamos, todo lo utilizábamos, todo ello nos pertenecía. El archipiélago, las islas e islotes que lo componen, los cayos y toda la zona marítima de cuya propiedad nos sentíamos seguros y orgullosos. Muy buena parte se perdió. Y el resto quedó sometido a condiciones precarias de uso, como el mar cercano a los cayos que el fallo convirtió en enclave. ¿Cómo van a llegar allí nuestros pescadores, si hoy tienen que pasar por aguas nicaragüenses, que ayer eran nuestras?

¿Por qué insisto en que nos digamos la verdad? Porque el fallo es inapelable y solo sabiendo la verdad de lo que determinó la Corte, podremos saber hasta qué punto se equivocó o que malas e injustas interpretaciones hizo de la  realidad territorial, de manera que nos sea posible reclamar, exigir aclaraciones y conseguir enmiendas, que parece ser lo que se propone el presidente Santos.

Todos los colombianos debemos apoyar al Gobierno en este difícil trance, para ver si es posible lograr que los derechos vulnerados nos sean reconocidos. No es fácil. Ya Nicaragua celebró el triunfo de muchas de sus tesis y está preparándose para asumir la posesión de sus nuevas pertenencias. Pero, “tocar no es entrar”, y menos si tenemos la razón. Mantengámonos a las órdenes del presidente Santos.

Colombia no ha sido muy afortunada cuando de defender nuestros derechos territoriales se ha tratado. En el propio Tratado Esguerra-Bárcenas de 1928, entregamos la costa de Mosquitos a Nicaragua y perdimos las Islas Mangle. No nos fue bien en las delimitaciones del Trapecio Amazónico. En 1952 entregamos Los Monjes por medio de una nota diplomática. Para qué recordar a Panamá.

Firmes, con Colombia y por los intereses de Colombia. ¡Pero diciéndonos la verdad!