HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Abril de 2014

Nacionalismo y pertenencia

 

De  los ideales y creencias inculcados por los españoles a los habitantes del Nuevo Mundo surgieron en América sociedades nuevas, análogas en sus organizaciones, en sus modalidades y tendencias. El idioma común, la religión, el derecho, y tantos otros factores unitivos crearon esa tradición de hermandad que perdura por encima de las diferencias y de los particularismos nacionales en los tiempos que vivimos.

Si la historia tiene una función educativa, si es fuente de provechosas enseñanzas, en ella debemos buscar los fundamentos para mantener y acrecentar esa solidaridad tan imperiosamente necesaria.

Es preciso afrontar unidos los tremendos problemas que nos plantea la época contemporánea para superar las rivalidades y los egoísmos de otras regiones del mundo, los conflictos económicos y los enfrentamientos ideológicos.

De España arranca la existencia misma de nuestros países, que se formaron en torno de los virreinatos, las audiencias y gobernaciones de aquel remoto pasado. Estas trascendentales instituciones fueron, en verdad, los centros unificadores que crearon la individualidad de cada núcleo político, lo hicieron vivir bajo un régimen orgánico y lo acostumbraron a considerarse en posesión de un poder propio, análogo sin duda a los demás que existen en la América española, pero dueño ya de una personalidad nacional que no se confundía con los otros.

Las instituciones indianas fueron así el germen fecundo de los Estados actuales. Cierto es que a esa separación política contribuyeron también factores geográficos, pero ello no impide destacar los elementos predominantes que nos son comunes.

Al incorporarnos España a la fe cristiana, nos permitió aceptar una de las religiones más espiritualistas y mejor estructuradas en el campo de la moral y de la ética. Aun juzgando como un simple hecho social el catolicismo, impresiona su concepción filosófica, sus valores, sus principios y su estética. Es una concepción integral de la vida que comprende al hombre desde su instintiva función genésica hasta el más alto grado de iluminación artística o científica. El cristianismo creó el concepto de dignidad humana.

Napoleón sostenía: “Si yo no fuera cristiano por convicción, lo sería por conveniencia de Estado, por la contribución insustituible del cristianismo en la formación civilizada de los pueblos”.

La solidez de la familia imperante en el país nos revela otra conquista hispana. La sociedad no descansa sobre individuos. Los pueblos tienen como gran soporte la familia. Un país no son personas que se yuxtaponen, sino familias que se encadenan y se integran.