El Nuncio en la Academia Eclesiástica
Cuando se fundó la Academia en Francia se gritó duro, para que todos oyeran. Este centro de sabiduría cambiará la faz de todos, aplastará la ignorancia y rasgará las tinieblas de la noche. Y esa es la altísima misión de una academia. Crear ciencia, acumular valores morales y transmitir conocimientos a raudales. En una academia se agrupan las personas seleccionadas por su encumbrada moral y su excepcional jerarquía humanística.
En sus 14 años de existencia la Academia de Historia Eclesiástica de Bogotá, fundada entre otros por monseñor Guillermo Agudelo, Antonio Cacua Prada, Luis Duque Gómez, Jaime Posada y otras figuras de sólida reputación científica, se ha dedicado a la investigación, a la difusión de obras trascendentales, a la realización de foros humanísticos y sobre todo a convertir la famosa revista Verdad y Vida en el más prestigioso faro de irradiación ideológica católica.
Resultó hermosa y memorable la última sesión solemne de esta institución para posesionar como Miembro Honorario al excelentísimo señor nuncio, monseñor Ettore Balestrero. Histórica y densa la intervención de monseñor Guillermo Agudelo, miembro de numerosas academias y autor de 22 libros, presidente de la Academia de Historia Eclesiástica. El conocido historiador y académico, Álvaro José Dueñas B., leyó apartes de su libro sobre el religioso mártir monseñor Manuel José Mosquera. Este importantísimo jerarca de la Iglesia Católica murió desterrado en Francia. El nuncio Ettore Balestrero sorprendió a la muy nutrida y calificada concurrencia con una exposición maravillosa en la que demostró conocer mucho al pueblo colombiano y estar vivamente interesado en un buen futuro para nuestra patria. Su dominio del español es total. Al Nuncio le gustan más los sustantivos que los adjetivos, las ideas que la retórica superficial, la claridad, la sencillez y la diafanidad del pensamiento.
El nuncio Ettore Balestrero transmite ese aire nuevo que el Papa Francisco le ha impreso de manera tan impactante al catolicismo universal. Ese espíritu juvenil de una Iglesia que tanto bien le ha hecho al universo-mundo.
Si nos es lícito escrutar con mirada penetrante los misteriosos designios de Dios, podríamos ver en el Papa Francisco al precursor extraordinario de un movimiento renovador del mundo del cristianismo. Cuando el Papa Francisco rompe el rígido protocolo, no lo hace por ostentación o ánimo publicitario, sino para ser fiel consigo mismo. Por eso prefiere a los humildes, a los humillados, a los excluidos, acoge a los desposeídos con calor entrañable, se entretiene con los niños y les habla su lenguaje captándose el amor de propios y extraños. Habla con cercanos y distantes en forma desprevenida y convincente.
El fondo del propósito del Papa Francisco consiste en renovar en su esplendor y en su valor la sustancia del pensar y del vivir humano y cristiano, del cual la Iglesia ha sido depositaria y maestra por los siglos.
La oratoria de Jesús fue elemental. “Bienaventurados los que sufren pues seréis consolados… Todos los que sufren por mi Padre seréis premiados; ay de los que reís, pues lloraréis…”. Todo el mundo lo seguía.