Virtudes y debilidades de los colombianos*
Al colombiano le hace falta profundizar la hermosa sentencia evangélica, según la cual tenemos necesidad de “Conocernos a nosotros mismos”. Preferimos ser adulados, a ser enjuiciados; oímos con dos oídos lo agradable y nos cerramos a aceptar las criticas y los cuestionamientos. El patriotismo no es alabanza sin límites, sino análisis edificante. Se señalan los errores para corregirlos y las llagas para curarlas.
Colombia es un país amante de la paz, que siempre ha vivido en guerra. En algunas regiones abunda la indolencia, la pereza y la miseria. En el Chocó, el ciudadano tiene pies para pisar el oro y le faltan manos para cogerlo. La explotación minera está en manos foráneas. Esta pasividad es semejante en casi toda la cuenca pacífica y en buena parte del sur, del oriente y del norte nacional. En el 30% del territorio vive el 75% de la nación. Israel, país desértico y diminuto, Corea del Sur, inmensamente más pequeño que Colombia, nos aventajan en forma asombrosa en producción, desarrollo, equidad, empuje, creatividad, dinamismo y posicionamiento mundial. No faltan los colombianos que con hambre no trabajan y llenos se duermen. Nos domina a veces el facilismo, la línea de menor resistencia y hasta la indolencia. Queremos entrar a los negocios por la puerta grande de una gerencia, con sueldos abultados y con espacio para los grandes negociados. Un alcalde dijo: Si todos ponemos, todos ganamos”, al día siguiente aparecieron consignas distintas y traumatizantes. “No ponga nada, y gane todo”. En reuniones absurdas se oyen estos comentarios. Los primeros mil millones se hacen de cualquier manera, que la honradez viene después poco a poco. Este tipo de fortuna el Código la definiría así. La riqueza mal habida es un delito y quien la hace es un delincuente de cuello blanco.
Si de un raponazo un gamín se apodera de un reloj es golpeado, capturado y encarcelado. Si un ‘arribista’ desfalca un organismo por una suma millonaria, no le pasa nada o a lo sumo le dan la casa por cárcel, sin que tenga que reintegrar nada de lo hurtado. A los Nule les dan toda clase de permisos y a un Plazas Vega le negaron un permiso para ir a enterrar a su padre que había fallecido, destruido moralmente, por la tragedia que padece su hijo. “Esa es Colombia Pablo”. Un abogado, con pésimos antecedentes morales, y sobre todo acusado de haberse apoderado de unos dineros de su cliente, fue premiado con el inmerecido honor de magistrado de una de nuestras altas cortes. Todos los medios gritaron el escándalo, pero nada pudo contener la posesión de este ciudadano. Todo esto ha creado la densa cultura de la corrupción. Los audaces triunfan. Los honrados, bien pocos por cierto, son aplastados, arrinconados e ignorados. La moral no solo se destruye con el delito. La complicidad con los violadores de la ley, la indiferencia ante los forajidos, la tolerancia con los traficantes, el silencio ante la ilicitud, hace daño y aniquila.
Debemos reaccionar ante los comportamientos horrendos. De no hacerlo, tenemos que llorar como niños, lo que no supimos censurar como hombres. El mal ejemplo es contagioso. Al delincuente lo envalentona la cobardía de las mayorías silenciosas. El que convive con el hampón es casi coautor de sus desmanes.
Para muchos es más ventajoso violar la norma que acatarla, mentir que decir la verdad, guardar silencio que acusar.
*Conferencia en U. La Gran Colombia. Seminario sobre Corrupción.