La historia de la humanidad es una sola, dicen algunos estudiosos, con las variaciones propias de las particularidades regionales, geográficas o geopolíticas que los ha hecho víctimas o victimarios en cada caso concreto. En todos los lugares se ama y se odia con igual pasión o intensidad y dependiendo los grados de “civilización” en cada lugar los conflictos se resuelven de una o de otra manera. Entre la Noche de San Bartolomé, la de los Cristales Rotos y el genocidio de Ruanda han pasado más de 400 años, pero la humanidad sigue siendo la misma. Sin importar el color de la piel, el dios que los anima o el continente en el que viven, es el odio lo único que aún se mantiene en los cerebros de esos mamíferos desarrollados que se autodenominan humanos.
Esa uniformidad en el odio que se nota a través de la historia es la que llama a alarma cada vez que se empiezan a recorrer caminos que en otros momentos ya recorrimos nosotros u otras sociedades con afinidades a la nuestra.
El paro nacional que se decretó por las centrales obreras y las organizaciones estudiantiles el 21 de noviembre de 2019 y las sucesivas manifestaciones que desde entonces han venido sucediéndose a diario, han mostrado no solo un general descontento, sino una escalada del odio entre algunos que aunque minoritarios, lamentablemente, van arrastrando a otros.
Hay anarquistas que arman desórdenes sin ton ni son buscando siempre lo mismo en estas y en todas las protestas, el caos por el caos, el uso de la violencia indiscriminada contra personas y cosas. Hay agentes oficiales que interpretan los hechos a su libre albedrío y es mas el caos que crean que el control que producen. Y en medio de esos extremos, hay gente que en las redes sociales, en el discurso político, en la actuación pública desconfían de todo, descalifican cualquier actuación presente o pasada del Estado y parecieran querer hacer borrón aunque no sepan quién pagará ni cuál será la cuenta nueva.
Los extremistas están de moda, como en la España de preguerra que narra tan dramáticamente Manuel Chaves Nogales en su “A Sangre y Fuego” (héroes, bestias y mártires de España) o en la Colombia que cuentan los autores del clásico “La Violencia en Colombia” donde también empezaron por insultarse en el Congreso y descalificarse mutuamente hasta que terminaron disparándose en pleno Recinto.
Todos esos que insultan a sus adversarios y que es más lo que descalifican que lo que proponen, deberían leerse el prólogo del libro de Chaves Nogales, u oírselo (https://youtu.be/kjDkJUwzB-U), un lúcido discurso de un periodista que supo ver el desastre que venía para España en una época muy parecida a la actual, en la que no se aceptaba que Chaves pensara y escribiera, “todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario”.
Entonces, como hoy, había que tomar partido por alguno de los extremos, so pena de ser llamado tibio. Es como si el planeta de pronto hubiera decidido que es mejor ser turbio que tibio.
@Quinternatte