Duro es reconocerlo, pero una de las principales causas de nuestros males es la cultura de la mediocridad. Somos, en términos generales, mediocres, salvo en materia criminal donde obtenemos galardones ejemplares. Esa es la cultura que nos impide avanzar y desarrollarnos para salir de la pobreza y el subdesarrollo.
El principal combustible que alimenta esa cultura, a mi juicio, es la incoherencia. Esa facilidad de decir una cosa, pensar otra y actuar de manera muy distinta. Eso rompe con la más mínima familiaridad y seguridad y genera desconfianza e impredecibilidad. Todo lo cual, -bien es sabido-, conlleva a elevar los costos de transacción sociales y a la inactividad, tanto gubernamental como colectiva y personal.
Lo que se sucedió en Bogotá la semana pasada es el mejor ejemplo de esa nefasta cultura de la incoherencia. El valiente general Jairo Fuentes, con uniforme y armamento de dotación oficial en mano, impidió un robro a una indefensa mujer a plena luz del día. Los vítores a través de las redes sociales no dieron espera y el jolgorio colectivo era mayúsculo, como debe ser.
Pero ¿qué hubiese sucedido si para evitar el crimen el mismo general y su cuerpo de escoltas hubiesen tenido que acudir a la fuerza y, hasta, incluso, al uso de las armas? Con absoluta seguridad estaríamos en presencia de un sindicado judicial, de un exgeneral destituido de su rango por abuso de la autoridad y por la violación de sus roles y competencias. Los comentaristas, -casi siempre malquerientes y dispuestos a maltratar el nombre de la institucionalidad castrense-, no pararían de leer y repetir las normas que indican que las fuerzas militares no están inventadas para procurar el orden público interno sino para repeler los ataques extranjeros.
Insistirían en la anacrónica y cavernícola tesis según la cual no importa ni la seguridad, ni la dignidad, ni las libertades y derechos de las personas; lo que importa es que los militares no puedan contribuir con el orden interno porque están inventados y entrenados para una guerra exterior que nunca llegará.
Para quienes así piensan, escogemos, preparamos y armamos a unos compatriotas para que se mantengan impávidos frente al delito y el maltrato porque, para ellos, la ley, la norma, el “leguleyismo” (tan anacrónico como inconveniente) subordina la dignidad humana a las competencias reglamentarias.
Brincamos, así, impunemente, de la gloria y el ejemplo, al juicio, al señalamiento y a la condena judicial. Para una sociedad mediocre todo es cuestión de contexto que no de principio. De ese modo, premiamos la valentía cuando no se materializa el riesgo, sin embargo, si algo se sale del libreto de la heroicidad salta la liebre de la venganza, la inquisición y el reproche. ¡Qué incoherencia!
@rpombocajiao
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI