EL MONO DE LA PILA
Educación cristiana
Cualquier institución de educación superior, debe saber que la Fe se puede hacer cultura y que Dios es la Verdad, Deus scientiarum Dominus, y que esta se debe transmitir en un clima de libertad y no puede “concebir en forma separada las cosas que están juntas”; por esa razón, se requiere del compromiso y el apoyo de todos los estamentos de cada universidad para lograr la unidad de los saberes en la unidad de las personas, para así integrar una “auténtica comunidad formativa en la que, frente a la privatización del provecho propio, se busca un bien común que no puede reducirse a la suma o agregación de muchos egoísmos” y en ese programa de formación, el verdadero camino hacia la verdad, amando apasionadamente al mundo que nos corresponde transformar desde dentro.
El Concilio Vaticano II consideró muy importante la educación en la vida del hombre y su influjo en el progreso social contemporáneo.
La Declaración Gravissimun Educationis Momentum, sobre la educación cristiana de la juventud fue firmada por Su Santidad Paulo VI el 28 de octubre de 1965 y, en ella se establece que hoy, la formación de la juventud es más fácil, porque los hombres son más conscientes de su dignidad y de su deber y, porque todos somos más partícipes de la vida social, económica y política y, porque los métodos de educación y de instrucción y los medios de comunicación social se van perfeccionando día a día con nuevas experiencias, que son objeto de reglamentación por parte de una Comisión creada para tal efecto por el sagrado Concilio. Esta Declaración será objeto de un acto académico especial en el Vaticano y, qué bueno sería que las reflexiones llegaran a todo el orbe.
La universidad es la gran institución de la cultura y, como entidad, algo ordenado por su propia naturaleza a la transmisión del saber y a la formación de su gente en el terreno profesional y científico. Y a nadie se le oculta que una universidad realizada por hombres que quieran vivir su fe cristiana, puede ser, con naturalidad y sin empañar siquiera la autonomía de los saberes humanos, un lugar espléndido para la maduración y transmisión de la fe, sitio para encontrar la universalidad de sus metas y objetivos en la universidad, “la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana”, como Benedicto XVI lo ratificó ante los profesores en El Escorial, y es también la universidad ese lugar para lograr lo que decía Juan Pablo II, el lugar de apertura para lograr la armonía de la fe y la razón, las ideas, la cultura y la convivencia.