Habitarnos sanamente | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Mayo de 2020

Cuando nos creemos poseedores de la verdad corremos el enorme riesgo de no escuchar otras voces, de no atender otras perspectivas de mundo.  En últimas, de dejar de ser complementarios.

Si bien parte del proceso vital pasa por reconocernos como seres valiosos, de desarrollar el amor propio y de ocupar nuestro lugar, necesitamos estar muy despiertos para que esa conexión profunda con nosotros mismos no implique una desconexión con los demás. Con frecuencia, tanto en los procesos pedagógicos como terapéuticos que desarrollo, hago junto con mis coaprendientes y consultantes la siguiente reflexión, que le apunta a diferenciar el egoísmo, la baja estima y el amor propio: egoísmo es cuando en mi lista de las personas más importantes en mi vida solo aparezco yo; y si aparece otro, es en el lugar diez, quince o cien. 

El imperio del yo, del ego, es más peligroso que cualquiera de los imperios expansionistas que hemos conocido a lo largo de la historia humana: nos encarcela en la auto-referenciación constante, en el monólogo insano que solo es capaz de recrearse a sí mismo.  Cuando en el horizonte solo aparece nuestra propia imagen, y en este tiempo la imagen es bastante traicionera, estamos renunciando al diálogo, a esa herramienta poderosa que construye mundos.

La baja estima es cuando, en la misma lista de personas importantes, solo aparecen otras personas o si aparecemos del segundo lugar para abajo.  Incluso para una madre gestante la persona más importante precisa ser ella misma, pues la vida que lleva en su vientre depende del bienestar propio, físico, emocional, mental y espiritual.  La vida por la cual siempre hemos de responder es la propia; las vidas de los infantes que tengamos a cargo dependen de nosotros únicamente temporalmente, pues en algún punto de la historia los hijos están llamados a hacer su propia vida, ojalá con la consciencia de ser ellos los más importantes en su vida.  Eso sería el amor propio, que en la lista nos coloca en el primer lugar y de ahí en adelante aparecen nuestros seres amados.  Como en las instrucciones del uso de las máscaras de oxígeno en caso que el avión en el cual volamos se despresurice: primero yo, luego el de al lado.  Así garantizo estar bien para poder auxiliar a otros.

Esta lista de personas más importantes en nuestra vida se nos puede distorsionar por múltiples razones: las visiones que validan el sacrificio y que imponen a las madres el olvidarse de sí mismas; la desconexión con la propia existencia, una manifestación del ego que se aplaude, aunque sea nociva; el haber recibido poco o nulo amor en la primera infancia; la culpa, otra herencia judeo-cristiana que nos esclaviza y paraliza.  Sin duda, pueden existir más razones para dejar de habitarnos sanamente, para estar en inercia sentí-mental y vivir como autómatas, alejados de nuestra propia vivencia aunque sigamos respirando.