¿Estarán en sus cabales?
La semana transcurrió con el debate acerca de una intemperancia de alguien que desde el mundo de la política ofendió a una de las representantes de las víctimas que viajó a Cuba. En Colombia lamentablemente los espíritus armados crean la dureza de las palabras y las arrojan contra la honra ajena por lo común en términos de infamia. Pero hay una atmósfera general de intolerancia. Alguien nos enseñó a odiar pero ese juicio lo hará la historia porque ese tribunal no se puede evadir.
Claro que hay gentes que ofenden y luego se ofenden aún más porque la víctima de la ofensa se ofendió. Tengo un conocido político que “presumiendo” mi postura en el pasado evento electoral se refería a mi como “receptor de mermeladas” desconociendo las afugias personales por las que discurro ya que mis opiniones ciudadanas no están en la subasta de los favores.
Uno tiene el derecho de sentirse ofendido pero no de perder la cordura cuando el ofensor reclama con una violenta ingenuidad porque no vale la pena litigar sino poner ese poco de distancia que evita la confrontación directa.
Eso indica que aún hay gentes que no han superado las costumbres de una falsa aristocracia que insultaban al siervo -o al esclavo- y éste tenía la obligación de decir “sí señor” -o señora-, gracias “señora” -o señor- porque era un privilegio al menos recibir el regalo fonético de quien se creía -o cree- tener línea directa con los dioses que suponen los han predestinado para destinos superiores.
Lo que hoy se valora en los políticos es la inteligencia, la coherencia, el testimonio personal, la capacidad de discernir y el cuidado de las palabras, la devoción por la verdad.
El “twitter” arriesga -con el mal uso que algunos hacen de él- responder modernamente al viejo decir que “la pared y la muralla son papel de la canalla”. No hay que prohibir la libertad de expresión pero sí educar para la expresión responsable ceñida a la verdad.
No hay que calumniar. El cura de Ars -se dice- negaba la absolución a los calumniadores ya que ellos no lograrían reparar la ofensa gratuita. Un feligrés se acusó de haber calumniado y reclamaba la penitencia y la absolución. El cura no se las dio y en cambio lo invitó a almorzar. Llegados a la cocina ordenó que sacrificaran una gallina con el viejo ritual de entonces en que una vez sacrificado el animal se le quitaban las plumas. En ese momento el cura dió al invitado la penitencia: “ahora colóquele de nuevo las plumas”. Es imposible dijo el aludido con cara de desasosiego. El cura añadió: “eso mismo pasa con la calumnia, nunca se logra devolver la fama maltratada”.
Habrá que confiar en la recuperación del buen sentido y esperar que tanto político y tanto dirigente recuperen “sus cabales” y se tenga la capacidad de sembrar convivencia para poder luego cosecharla en el nacer de una nueva Colombia.