Cada 40 segundos
Según expertos de Harvard y de la Universidad de los Andes, en Colombia uno de cada cinco niños ha sido víctima de matoneo.
Niños de alma, carne y hueso; niños de ilusión y violencia, de abrazo y tristeza, que no se matricularon en la escuela para regresar a casa con la autoestima vuelta añicos, o la clavícula fracturada. 3 de cada 5 cinco niños matoneados consideran la posibilidad de suicidarse, y el 30% lo intenta.
El hecho de ser endémico, no convierte maltrato en algo natural. Es como la pobreza, o la desnutrición: Una cosa es que existan; y otra, que la sociedad las legitime. La ecuación bullying = paisaje escolar es aberrante.
Según la Organización Mundial de la Salud, el suicidio carga en su baúl de soledades, 800.000 muertos al año; en este planeta, cada 40 segundos alguien se quita la vida. El 4 de agosto, el segundero llegó a un centro comercial de Bogotá, donde un muchacho de 16 años se arrojó del cuarto piso. En sus cartas de adiós, Sergio -brillante alumno de primaria, anárquico estudiante de bachillerato, y amado por su madre, padre y abuela- deja en claro que su escuela lo hostigó y discriminó por homosexual.
Según palabras de la rectora “ni dentro del colegio ni fuera del colegio, se pueden hacer demostraciones amorosas”. Amorosas, punto. Prohibido el amor homo, hetero o asexual. También podría prohibir la fotosíntesis, los eclipses, o el Océano Índico.
Al niño Urrego no le prohibieron matarse, sino enamorarse de otro niño. Y se mató.
Devorador de libros, contestatario e intelectualmente subversivo, quizá con otros maestros, otro sistema y otro cauce, Sergio no habría acabado en plena adolescencia en una mesa de medicina legal, sino en una escuela de ciencias políticas o literatura.
Ahora, cuando surge la campaña de ser capaces de trabajar, servir, incluir y reconciliar; una campaña que convierte en aliados a los competidores, y le da al perdón un significado colectivo; ahora, cuando parecen posibles tantas cosas históricamente lejanas y humanamente inaplazables, podríamos demostrar que somos capaces de formar alumnos y maestros comprometidos con la conciencia, el respeto y la diversidad.
Algo nos compete, del arcaico sectarismo que le costó la vida a Sergio y a tantos Sergios del mundo; y es tarea de todos, que no se apague el eco de su prematura ausencia. Claro, el eco siempre será más corto que la muerte; pero menos cruel y menos torpe, que vendarnos los ojos con telarañas tejidas por la indolencia y la doble moral.
Esta columna se lee en poco menos de 4 minutos. ¿Cuántas de las 6 personas que se quitaron la vida en este brevísimo lapso, habrían podido salvarse, si los árboles del bosque no estuvieran tan llenos de arsénico y púas? ¿Cuántas, si su hogar no hubiera sido su pequeño gran naufragio, y su escuela, el verdugo?
Posdata. Hablando de atropellos contra la infancia: 40.000 niños están recibiendo formación de alta calidad, en los colegios en concesión. Inadmisible que por piedra con Petro, el Concejo de Bogotá pretenda arrebatarles este derecho.