GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Junio de 2014

Un acto de conciencia

 

La vida no viene con manual de instrucciones; probablemente eso quiere decir que Alguien pensó que seríamos capaces de manejarla con relativo buen criterio, y que encontraríamos la forma de enmendar errores, recuperar el equilibrio, y sanar las distancias; capaces de mirarnos a los ojos y ser sinceros a la hora de curar olvidos.

Valdría la pena demostrarnos a nosotros mismos, que no vamos a caer en las trampas de la hostilidad: ni queremos ni debemos gastarle tiempo y neurona a nada que no esté orientado a la arquitectura de una nueva forma de compartir la vida y acortar las brechas. Es preciso  reconocer que el futuro exige incorporar en nuestra estructura, un chip de comportamiento más humano, más pensante y generoso, porque casi siempre será más dificil ser incluyente que arbitrario, y conciliador, que tirano.

Claro, “nadie dijo que sería fácil”. Se necesita mucho valor y mucha fuerza de la buena, para volver confeti los paradigmas de los odios obsoletos, y recomenzar con nuevos horizontes.

En una sociedad en construcción, no hay tiempo ni espacio para los brazos cruzados. No caben expresiones de violencia, incluidos en el término violencia, el egoísmo, la indiferencia y el rencor. Tampoco sirve intentar escribir en el telepronter ajeno, porque el ADN de la responsabilidad es un asunto serio; es propio e indelegable. Y no funciona ser títere ni titiritero, porque tarde o temprano los hilos terminan por volverse un nudo, o se rompen por traición, por liberación o conciencia.

Hace un par de días, oí una linda plática sobre el Espíritu Santo. Eso me hizo pensar cómo sería la historia, si lograrámos incorporar a nuestras vidas un verdadero espíritu. Santo, humano, o un mix de los dos, pero que sea inspirador, humilde y valiente; que dé ánimo y templanza para escalar una montaña, si con llegar a la cima se salva un niño, se evita una batalla o se recupera una merecida ilusión.

Y sí: quisiera tener lleno de espíritu cada rincón de mi vida y de mi país, y distinguir cuándo es preciso escribir en la arena, o en la piedra. Espíritu que abrace y reconcilie; que sepa manejar la controversia, y permita espacios para que la diferencia no se pague ni con el desprecio ni con la vida.

Espíritu para comprender que si privilegiamos la paz frente a la justicia, no se trata de pasar la página con los ojos cerrados, ni  dejarla en blanco: se trata de aprender a escribir con quienes nunca antes habíamos considerado dignos de usar nuestro lápiz. Se trata de abrir la puerta, pero de verdad. No una rendija; no simulacros de reconciliación.

El domingo pasado nos embarcamos en una historia conmovedora y desafiante: intentar reconstruirnos en una sociedad capaz de perdonar, de incluir, de comprender que la inequidad es un veneno social que nos hemos venido tomando gota a gota, con la garganta lerda y la reflexión dormida.

El domingo pasado elegimos darnos permiso de intentar un país mejor. Lograrlo será, más que un acto político, un acto de  conciencia.

ariasgloria@hotmail.com