Choque de realidades
Cuando el ojal se va abriendo, sinuoso y atolondrado, el botón se hace el de la vista gorda.
Ése es uno de los peligros inmersos en los diálogos por la paz, y el paquete cubano del casi todo incluido.
Defiendo los acercamientos, y nada me parece más estúpido que la perpetuidad de la guerra. Pero creo que es urgente comprender que una cosa es estar del lado de la reconciliación, y otra muy distinta, volverse una sociedad laxa, irresponsable y encubridora.
Buscar soluciones diferentes a la de seguir echándonos bala hasta el fin de los días, no implica renunciar al mandato del sentido común y de la ética de la vida. Obliga, sí, a un gran esfuerzo por conservar la capacidad de discernimiento.
Miremos lo que está pasando con los conductores borrachos, que están matando seres humanos: los muertos se van al cementerio, y los ebrios para su casa.
La mayor parte de la sociedad rechaza por leves, las sanciones impuestas. Pero no falta quienes pretenden convertir la justicia en una gelatina de barro, argumentando respecto a Cuba, que si los autores de tantos secuestros y masacres -deliberadas y perversas- van a quedar libres y montados en un tarjetón electoral, no es proporcional mandar a la cárcel a un muchacho que por los efectos del alcohol, y sin intención asesina, solamente ha matado dos mujeres y dejado parapléjico a un taxista… ¿No es un esperpento a lo que hemos llegado? Una indemnización de 800 millones, una novena, y listo.
Y el niño de Neiva, muerto por las llantas homicidas de otro borracho, ¿tampoco amerita que quien le quitó la vida esté preso, y no en su casa tomando alka-seltzer?
La justicia no es venganza, y no se trata de coger a pedradas a los conductores ebrios; pero no pueden salvarse de la cárcel, sólo porque hay otros “más malos” que ellos, que quizá algún día firmen un acuerdo y se reincorporen a la vida regular.
Uno siente muchas veces que las sanciones son de caucho, y que además, dependen del dueño de la cauchera.
El tema es complejo, y nadie puede dictar cátedra al respecto. Pero urge abordarlo con una responsabilidad que genere conductas lógicas y pedagógicas.
No lleguemos al extremo de la mujer que le pide a su marido que le pegue, pero más pasito; o al matemos, pero sin intención; o emborrachémonos, pero no acabemos con la vida de tantos.
Negociar la paz de un país desangrado, no obliga -perdónenme la expresión- a prostituir ni la justicia ni la conciencia, en ninguno de sus frentes.
Matar a un ser humano es algo demasiado grave y doloroso, y no se pueden eludir las más drásticas consecuencias.
El alto al fuego probablemente se decida en Cuba, en Palacio, o nunca. Pero el alto a la impunidad, a los ojales desbordados y a las leyes de plastilina, es una decisión no sólo de los jueces, sino de una sociedad que debe resolver hasta dónde, cómo y por qué, va a permitir que el choque de realidades, le reviente la conciencia.