La rumba corrida (III)
Creo que esta será la última oportunidad para escribir sobre la rumba corrida, no quiero hacerme testarudo ni continuar con temas en vía de agotamiento, por lo menos en esta fase de implementación, seguramente si la medida resulta exitosa, reclamaré mi aporte en cuanto al asunto del ruido, los borrachitos madrugadores y escandalosos a ojos de menores, amas de casa y hombres laboriosamente comprometidos; pero quiero recordar a los estudiosos del tema que los tales amaneceros clandestinos de que se viene hablando, donde se pone en tela de juicio a miembros de la fuerza publica, han sido combatidos en todas la épocas y ese estadio de ilegalidad, los obliga a tomar medidas para evitar su registro, lugares que créanme seguirán existiendo; pero de fracasar la medida, las cosas serán a otro precio, pues la ciudadanía cobraría al alcalde, y sus áulicos, esos que tozudamente se han dado a la tarea de apoyar la medida, resaltando solo puntos favorables y evitando el estudio de negativos, la falta de compromiso por no efectuar pruebas sólidas y ajustadas a futuro, una cosa es con mucha policía y otra con poca fuerza pública.
La reducción de muertes violentas tan aplaudida no es soporte para extender los horarios de rumba, si se ha logrado controlar aspecto tan coyuntural, no podemos arriesgarnos sin una buena pedagogía, a encarar ¡Dios no lo permita¡ una escalada en este sentido; ojo pues con esa sustentación. Permítanme un poco de historia, cuando en la alcaldía de Antanas Mockus se pensó en la hora zanahoria, se me pidió un buen número de razones para tomar la medida, argumentos que el burgomaestre evaluó junto a sus asesores en seguridad y luego de algunos sondeos con resultados “valorados no amañados” transitoriamente se tomó la medida, que con el paso de los días quedó en firme, no fue una imposición obstinada.
Pero bueno ante lo dinámico del proyecto, debemos seguir aportando para enriquecer el finalizado debate, por lo menos en sugerencias. Un aspecto muy relevante sobre el expendio de bebidas embriagantes es el profesionalismo de los expendedores, quienes tienen la obligación de cuidar y responder por el estado de alicoramiento de sus clientes, un hombre de bar, un profesional, no proporciona bebida a los contertulios pasados de tragos y siempre trata de sugerir consumo por tragos y no botellas, conjurando los excesos en su establecimiento, saludable fuera que la licencia de funcionamiento se expida a las personas y no al establecimiento, obligando con ello la presencia permanente del propietario controlando el comportamiento de sus empleados, esos que sostienen estar para vender licor y no para cuidar borrachos, para esa labor están los policías, quienes en últimas son los responsables de la seguridad, vida y bienes de los borrachos. ¿Qué tal?