Más muertos, viudas y huérfanos
Seguramente el ajetreo político propio de esta época y las expectativas de los aspirantes a cuerpos colegiados, termine por eclipsar el vil asesinato de Germán Olinto Méndez Pabón, mayor activo de la Policía Nacional, y el patrullero Edilmer Muñoz Ortiz, acto criminal que llena de dolor y aflicción unas familias, una institución y la misma patria.
Los armados ilegales no han entendido en tantos años de violencia, que los hombres de la Policía no son enemigos, que no pueden ser enemigos de nadie por fuerza de su formación, encaminada a respetar la ley y el orden, encauzado la sociedad hacia estos postulados, otra cosa bien diferente es que las circunstancias los lleven a enfrentar en defensa de la humanidad y la vida misma, ataques venidos de subversión o delincuencia. El hecho que nos conmueve en esta oportunidad, no es uno más en la cadena demencial de ataques protagonizados contra la institución, para nosotros cada sacrificio, cada héroe nos duele como el primero y más olvidado por la sociedad, que seguramente en pocos meses, como ha venido ocurriendo, no recordará los nombres ni el lugar donde fueron inmolados el mayor Méndez y el patrullero Muñoz.
A lo largo del conflicto armado en Colombia son cuantiosas las demostraciones de cobardía exhibidas por los armados ilegales, quienes en número superiorísimo de efectivos, atacan estaciones de policía arrasando poblaciones dejando tras de sí, muerte y desolación; ante estas acometidas la institución no ha sido inferior y con valentía sus hombres día a día encaran todo tipo de asaltos, entregando si es preciso la vida a cambio del bienestar ciudadano. La Policía ya se ha dicho -entierra sus muertos pero no su dolor- y la cadena de héroes es muy larga, no podemos continuar con este desangre institucional y menos cuando los decesos se producen en las circunstancias que murieron nuestro Mayor y nuestro Patrullero, asesinados en Tumaco por la columna Daniel Aldana de las Farc, ¡los homicidas sabían la misión que cumplían! Imposible que el solo reconocimiento del homicidio pueda hacer olvidar una nueva deuda con la sociedad, inadmisible para los mandos aceptar la impunidad especialmente en este caso, pues no es el primero de ese tipo, ya incontables hombres de la policía han muerto en circunstancia similares, pero el último se encaja en una situación especial, no estaban armados y realizaban actividades sociales asignadas por el mando, de manera que nunca existió enfrentamiento ni resistencia, solo alevosía y ventaja, el sigilo ante la persecución no es excusa para actuar con sevicia y mucho menos utilizar la tortura como medio de ejecución. Esta acción no puede pasar en La Habana como un caso más, demanda debate y pronunciamiento de los delegados penando la acción de sus hombres.