La hora de la paz
En la medida en que se acerca la fecha de la gran encuesta los ánimos se exaltan y los electores se alinean en las distintas fuerzas que compiten por el poder, con todo, no se siente el mismo fervor de otras épocas y, por el contrario, se advierte una notable pereza; se puede asegurar que no hay entusiasmo. ¿Cuál es la razón? Hay que consultar a los arúspices, pues las agencias encuestadoras no descifran la apatía.
Las cuñas publicitarias de las campañas no llegan al oído de la audiencia, tal vez por su parecido más a las reglas del mercado o marketing que a la propuesta ideológica que envíe un mensaje promisorio para la solución del desbarajuste institucional incrustado en la Constitución o Carta de Navegación del Estado. Así, por ejemplo, a pesar de la gran confusión que reina en torno de la acción de tutela, ninguno de los candidatos se pronuncia concretamente al respecto, como si todos a una prefirieran guardar silencio ¡para tomar por sorpresa al país en el momento menos pensado!
Claro que los candidatos aluden a la paz y no podía ser de otra manera, el tema está a la orden del día. No obstante, hay que ser justos, el único que se la juega toda por la propuesta es el candidato-Presidente y es obvio, pues fue decisión suya la de convocar a las fuerzas insurgentes a un dialogo para llegar a un acuerdo que permita superar el conflicto hundido en las raíces de la República.
Ahora, porque se dice que hay que terminar con cincuenta años de violencia o guerra, si son muchos más. ¿Acaso no he vivido yo 70 años de conflicto político armado? ¿No vivieron mis padres y mis abuelos otros tantos años de guerra? Mi bisabuelo, el general Nicomedes Talero, murió en la Guerra de los Mil días y mi padre como corresponsal de guerra de El Tiempo fue testigo de la violencia en la década de los cuarenta y, posteriormente, de la ¡“pacificación”, así, entre comillas, del presidente Guillermo León Valencia!
Y, a propósito, bueno es recordar que durante ese cuatrienio, como la paz ofrecida por el Frente Nacional no cuajó, Guillermo León Valencia se la jugó toda, se le conoció como el Presidente de la Paz; la operación Marquetalia en 1964 se llevó a cabo por orden suya. Los que se salvaron fue de milagro. A estas horas hay que preguntar: para qué sirvió tanta guerra y violencia? Seguramente para rendirles honores a unos cuantos generales, bien pensionados, pero las causas no se removieron y de eso es de lo que se trata hoy, no de seguir insistiendo en la organización de “grupos cooperantes”, en palabras más sencillas, en grupos paramilitares, pues la experiencia enseña que ¡por ahí no es la cosa! La paz hay que buscarla recorriendo otros caminos, esa es la lección de la historia