Enola Gay
A propósito de un editorial que evoca a Tucidides y la guerra del Peloponeso, también, en una asociación inconsciente provocada por ese escrito, aparece el nombre de Enola Gay, sinónimo de tragedia y no se asocie con Sodoma porque nada tiene que ver. El mote le fue asignado al avión que cargó la bomba arrojada sobre Hiroshima por mano del coronel Paul Tibbets, quien así bautizo la nave en honor a su madre. Ambos pasan a la historia como signo de una maldición para la humanidad: la guerra.
El hombre es protagonista y productor de la historia, muchos han entrado al mosaico por sus desafueros y atrocidades y a pesar de los esfuerzos que hacen para justificar sus acciones en el inconsciente colectivo queda la marca de sus crímenes. Otros, por el contrario, no han economizado acciones para conducir al mundo hacia la paz y la concordia fraternal.
Tibbets y su presidente en Jefe, el señor Truman, quisieron justificar el ataque en defensa de la paz mundial y el imperio de la democracia, no obstante, todos saben que fue una agresión despiadada. La guerra se justifica para los ganadores y se condena para los vencidos, sin embargo, su fatalidad es indiscutible.
El bombardeo de Hiroshima ya había sido advertido por Winston Churchill cuando en la Universidad de Harvard, el 17 de septiembre de 1943, incurrió en extraño error, lapsus, pues refiriéndose a los aviones como las águilas de motor de combustión interna, fue traicionado por su inconsciente y dijo: “las águilas representadas por el motor de combustión infernal”. Inmediatamente corrigió su equivocada confusión.
El editorial de este diario alude al conflicto que se avizora en Ucrania y, definitivamente, sería muy grave que se saliera de madre el discurso inteligente, porque a donde quiera que la guerra sea un argumento para disuadir hay un razonamiento equivocado. No es propio de la razón el apelar a la fuerza pues si con ella el hombre arrasa a la humanidad y a su contrincante su condición lo hace más animal que cualquier bestia.
Masacres como las de Tacueyó, Macayepo, Mapiripán, Bojayáa, vividas en el conflicto colombiano, sin mencionar muchas otras que se han desatado a lo largo de 200 años de violencia, son episodio de una historia reciente que señala a todos responsables de atizar el fuego. Unos solo piensan en la venganza y otros en el orgullo, pero ninguno en el respeto a la vida. A diario se celebran victorias de las fuerzas oficiales que bombardean al enemigo contándose sus bajas como premios y ¡esos son los argumentos que algunos reclaman como discurso para la campaña presidencial! ¿No tendrán razón quienes piden que se acuerde un cese bilateral al fuego, antes que auspiciar más muertes?
Alea jacta est. La elección que se avecina decidirá la suerte de las generaciones venideras, de su resultado depende que la razón se imponga sobre la fuerza y que se empiece a construir una país nuevo.