FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 27 de Noviembre de 2013

La feria de las vanidades

 

No se refiere este comentario al reinado   de belleza que acaba de terminar. La alusión tiene que ver con la campaña que despegó a partir de la confesión del Presidente, sabida desde que tomo posesión el 7 de agosto de 2010, de aspirar a su reelección. Por supuesto que  al comienzo del período conocían  los colombianos  su ambición, pero como  niña rogada se negó él  a dar el sí hasta el último momento: “Las mujeres dicen que no incluso después de haber dicho que no”.  La declaración despertó la ambición en otros que aspiran al mismo “honor”. Algo parecido ocurrió en las elecciones de 1970; el país se descuartizo entre Misael Pastrana, Belisario Betancur, José Elías del Hierro, Evaristo Sourdís y Gustavo Rojas Pinilla, sin contar al candidato eterno Gabriel Antonio Goyeneche. Estrategia electoral

La confesión  estimuló el abanico y cada día aparece uno aspirando, empezando por la pareja de la secta de adoración al jefe -súcubo íncubo- que proclama el servilismo como regla de lealtad. A esta adoración narcisista, impresa en el logotipo del tarjetón  se suma otra filiación del mismo género: la adoración al mito, así como en la leyenda del laberinto de Dédalo, los viches afanados por dividir al electorado descartan a Peñalosa, Navarro, Sudarsky,  Romero  y suponen que la imagen de Ícaro,  salvado de la selva,  ¡puede alcanzar el favor popular y las alturas! En la misma tónica se pronuncia la renacida Unión Patriótica e invita a una  dama, extrañada por más de tres quinquenios del país,  ¡para que nos dé soluciones! También la locuaz  vocera conservadora, diestra en el manejo del aparato guerrero del Estado se ofrece en holocausto para salvar a Colombia.  Y faltan más, porque la aspiración de Clara López, en representación del Polo, anunciada con  anterioridad a las declaraciones de Juan Manuel, no demora en desvencijarse, porque la megalomanía característica de la izquierda no se resiste.

 

Esta es  expresión de la democracia inculta, donde los partidos políticos parecen más equipos de futbol que agrupaciones de personas unidas por una ideología. De ahí que el candidato Peñalosa no tenga ningún reato en trashumar de un partido a otro o Navarro piense en aliarse con quien le brinde más garantías de éxito. Las ideas y los proyectos no son importantes, ya no se hacen discursos, se proyectan imágenes, los linderos entre los partidos no existen, salvo los intereses de los factores  de poder. De ahí que  no exista entusiasmo en los electores y que la fanaticada funcione al igual que en los partidos de futbol, por simple emoción visceral.

 Con el mismo entusiasmo  que se propone brindar educación sexual en los colegios  debe promoverse la cultura política si de verdad se quiere impulsar la democracia. Claro que a personajes que predican que la democracia consiste en matar a quienes reclaman la reivindicación de sus derechos, no les interesa ese tipo de educación.