De Rionegro a Bogotá
El sesquicentenario de la Constitución de Rionegro, así llamada por haberse discutido y aprobado en esa población antioqueña el 8 de mayo de 1863, patrocinó interesante confrontación entre el Editorial de El Nuevo Siglo, aparecido el 9 de este mes y el artículo publicado el día anterior, en El Tiempo, escrito del rector de la Universidad Externado de Colombia, Juan Carlos Henao. Cada uno asumió su posición con respecto a ese texto político que dividió en dos la historia republicana. Esta es mi opinión:
Oteando, se advierte que la Carta de Rionegro tuvo sus inicios en los estertores de la Constitución conservadora de 1843 o de La Nueva Granada, a raíz de la organización de las sociedades políticas: Democrática y Filotémica, que al corto tiempo de su fundación terminaron originando los partidos tradicionales: liberal y conservador.
En el fondo de la cuestión planteada por los líderes de esos grupos se advertía más el privilegio y las rencillas personales que un verdadero ideario político heredado de la revolución francesa de 1848. La enemistad de origen entre Mosquera y Obando jugó un papel decisivo en todo este itinerario. El retorno de Obando del destierro enardeció al Presidente, su pariente rival.
En 1849 José Hilario López se impuso a sus contrincantes gracias a la presión de las barras presentes en el recinto electoral y en ejercicio del gobierno promovió las condiciones para la reforma de 1853, previa acomodación de las reglas de juego a su personal arbitrio. Entre las medidas más repudiadas de ese período figura la expulsión de los jesuitas, la supresión de los diezmos, el derecho de los Cabildos para designar párrocos y el destierro del arzobispo Mosquera; todo dio lugar a la “cuestión religiosa”.
La Constitución de 1853 decretó un Estado federal híbrido; entregó a las elecciones populares la escogencia de magistrados, gobernadores, congresistas, Procurador, y debilitó al ejecutivo a tal grado que Obando, presidente en ese momento, se convirtió en una figura decorativa.
Diez años más tarde, en Rionegro, culminó la obra federalista una Convención liderada por Tomás Cipriano de Mosquera, acontecimiento que estuvo prologado por revueltas intestinas y violentas en una de las cuales pereció el eterno rival, el general Obando, que luchaba en estas gestas al lado de su incómodo familiar.
La obra de Rionegro, dígase lo que se quiera, fracasó principalmente por su espíritu antirreligioso, sentimiento hecho patente por su gestor durante su último cuarto gobierno, el período de 1866, al romper violentamente sus relaciones con el clero, decisión que agrió el ambiente en perjuicio del nuevo orden, alimentando en un pueblo fundamentalista y clerical una censura irrevocable a un Estado laico, censura que se promulgó desde los púlpitos, como era apenas natural. El clero, damnificado espiritual y económicamente, se hizo sentir como factor real de poder y conspiró en asocio del regenerador Núñez, que retribuyó luego con creces ese apoyo.