Complicidad y corrupción
El ministro Germán Vargas Lleras, en el marco del Congreso Rosarista, estuvo a punto de meter el dedo en la llaga al referirse a la lucha que libra el Gobierno contra la corrupción. Expresó el funcionario en su intervención que en su opinión “no necesitamos más normas, todo está en lo penal, en lo disciplinario, las actuaciones que con celeridad puedan hacer los organismos de control”. Agrego, además, que aquí todo lo que falta es “voluntad política y dar ejemplo para tener una cultura que supere los niveles de corrupción inaceptables que hoy tiene el país”.
Le sobra razón al conferencista. Ciertamente, el problema de la corrupción en Colombia radica básicamente en la cultura de complicidad latente en la sociedad y que no son suficientes las normas de derecho para erradicarla. Se educa con el ejemplo, reza el dicho popular y el que reciben las gentes en este país no es el más encomiable. El arribismo es un estimulo incontenible que alimenta y patrocina la corrupción. Por supuesto que no puede dejarse de lado el apetito incontrolable que la sociedad de consumo despierta, no obstante, si existiera un soporte cultural sólido y edificante no serian tantos lo que sucumben ante la tentación.
Las normas jurídicas son ineficientes para controlar la conducta del ser humano y mucho menos cuando el aparato estatal ideado para su efectividad esta contaminado por el cáncer de la corrupción o, simplemente, es ineficaz e ineficiente. El imperio de las normas, en general, se funda, principal y definitivamente, en el respaldo social con que ellas cuenten. Es la presión social que genera el grupo la que hace efectivo el control que la norma asegura.
Si al individuo en particular le resulta indiferente la conducta contraria a la norma y le parece que su prevención y represión no es asunto suyo, la norma difícilmente logrará su cometido. En síntesis, no hay control social.
Los avivatos, los que se enriquecen aprovechando la oportunidad, los que abusan de la autoridad, suben rápidamente en la escala social y se distinguen gracias a la indiferencia de su grupo; los narcos, los contratistas, los políticos corruptos, las autoridades venales, se mueven sin tropiezo y son aceptados impunemente y todo porque se supone que es el derecho y no la cultura y la moral ética el más efectivo control. Grave error.
La efectividad del derecho deriva esencialmente de su valor social. Novoa Monreal estima que “el rigor, pese a su eficacia aparente no es siempre el mejor medio y mas duradero para obtener adhesión a un modelo; por el contrario, en ocasiones se mostrará él claramente contraproducente al efecto”. “El derecho -predica Kirchmann- merece respeto en cuanto vive en el pueblo sencillo”. La solución no es la ley, es modificar la cultura cómplice de que se queja el señor Ministro y esta es una labor de sociólogos, de educadores y no de juristas.