Estos días | El Nuevo Siglo
Jueves, 9 de Abril de 2020

DESDE el encierro que marca horas cansadas y largas, cada nuevo día se pone a prueba nuestro coraje y valentía.

Serán dos semanas más en casa, pero luego, pueden venir nuevos aislamientos selectivos y sectoriales.

Estos tiempos difíciles, raros e inéditos tienen escenas de una película que hace llorar, pero también capítulos para asumir con esperanza la batalla.

Episodios dramáticos para familias que ya vieron (sin verlos) marchar a sus seres queridos.

Otros, los contagiados, sufren a solas horas interminables de un virus que avanza, somete y aniquila.

Nuestra principal arma en este frente de batalla es guardarnos. Hacernos los ‘valientes’ saliendo a desafiar el coronavirus es irresponsable.

Marzo pasó con duros momentos que hicieron doblar las campanas. Muchos han perdido la apuesta contra este mortal virus, pero la mayoría hemos resistido.

El encierro causa melancolía, impotencia, incertidumbre y miedos. Asusta no saber qué pasará mañana. Estresa el confinamiento tanto como la salud, la economía, los gastos, los pagos, el empleo, pero sobre todo, nos vale la vida.

La salud es innegociable. La economía se enfría, pero hay manera de reanimarla. La vida es sagrada. La economía es vulnerable, volátil, pero hay forma de reactivarla.

Un crédito bancario nos puede dar alivio financiero para no ahogarnos con pagos, gastos y canasta familiar. Sin embargo, si enfermamos por contagio, nada tendrá sentido.

Es cierto que si no hay con qué comprar alimentos y medicamentos, si perdemos el empleo, si no salimos a conseguir lo del diario o si nos hundimos en la desesperación, también perderemos la partida.

Son dos mundos en uno. El encierro es llevadero para el que puede salir a comprar, tiene ingreso y conserva el empleo. Si el contagio no lo toca está a salvo.

Pero están los que lloran su amarga realidad. Guardados en casa sin trabajo, con reducciones de sueldo otros, sin nada o muy poco para salir al mercado, impedidos para ir en busca del jornal, con bolsillos vacíos y en ocasiones, con una familia que demanda.

Fácil pedir crédito para empresas y conglomerados cuya constante es ganar. Válido si es para mantener nómina.

Difícil jugársela por los más pobres, vulnerables, informales y rebuscadores que este jueves no tienen empleo ni ingreso. Si no los contagia el virus, los somete el hambre.

Urge identificar sectores populares que no existen en bases de datos. Pobres invisibles que no están en radar del Ejecutivo.

Debe haber unos 12 millones de colombianos, incluyendo niños y adultos, que no tienen la mirada de las autoridades, pero que requieren asistencia financiera, dinero contante y sonante para no morir de hambre.

Esta pandemia nos puso en la misma balanza. Ricos y pobres tienen un común denominador: ayudarnos.

Los pudientes no son inmunes al virus. La compasión entonces debe ser regla general. El que tiene debe compartir. No guardarse nada.

Estos días en casa libera egoísmos y supremacías. El mundo nos da lección de humildad y fragilidad. Nadie es más por tener más.