LA reforma tributaria que con el rótulo de progresista tramita el Congreso, ahuyentará nuevamente a inversionistas.
El ‘espantapájaros’ está en reconstrucción y ya causa temores.
Podría, contrario a lo esperado, desincentivar la inversión.
Aumentaría el recaudo, pero desestimularía la producción.
Ninguna reforma tributaria, inconsulta y extraña a la gente, fue ganancia.
Disfrazar periódicamente los impuestos, no mejoró la economía.
Asustar a contribuyentes con mayores gravámenes aumentó el pesimismo.
Ley de financiamiento del Gobierno Duque reactiva la desconfianza.
Tiene muy poco de equidad social, casi nada de redistribución.
Un ‘espantapájaros’ tributario vestido de retazos viejos que alejará capital productivo.
Una reforma a los impuestos cada 18 o 24 meses, en promedio, no han servido para lograr equilibrio fiscal y menos para inyectar más inversión social.
El Ejecutivo sigue utilizando el recurso de ajustes a reglas de juego para armonizar el sistema tributario, y la experiencia ha sido contraria.
Otorgar gabelas, privilegios, beneficios, incentivos a grandes capitales y a quienes amasan fortunas, no es justo socialmente. Distorsiona la equidad.
Grabar dividendos, rentas improductivas como tierras infértiles, lotes de engorde, ganancias financieras, salidas de capitales en modo remesas y riquezas fuera del radar del fisco, es lo correcto.
Ventajas impositivas a más pudientes generan inequidad y contraen la producción y el empleo.
Ser ligeros con grandes riquezas, evasores, paraísos fiscales y propiedades improductivas, es aumentar la brecha ricos-pobres.
Un régimen progresista en impuestos debe apuntar preferiblemente a soltar más recursos a los pobres.
Los estratos populares y la maltrecha clase media reciben menos ingresos, pero asumen mayores impuestos.
Quienes ganan alrededor de $2,5 millones ven menguado su ingreso por carga fiscal y parafiscal. Y el IVA se lleva mucho.
Las finanzas públicas no se van a reponer con paños tibios.
Es preciso que el recaudo sea progresivo en la medida en que carga la mano a la riqueza, no a la pobreza.
Y tampoco es rico el profesional o aventurero que percibe ingresos mayores a 5 o 7 millones de pesos.
Colombia requiere un sistema tributario que coincida con la realidad económica.
Un esquema de recaudos compatible con quien más tiene y que no quiebre a otros. Todos ponen, todos pagan a su medida.
No hay dudas de que si pasa la ley de financiamiento, en cuestión de dos años, estaremos asistiendo a un nuevo espantapájaros tributario.
Los gobiernos no deberían estar asustando reiteradamente a los inversores.
Los capitales internacionales requieren estabilidad jurídica, garantías para llegar.
No ayuda a la confianza tanto trapo viejo revistiendo cada dos años el espantapájaros fiscal.
Multinacionales ligadas a la economía nacional aún no definen su estrategia de inversiones ante incertidumbre tributaria.
Pueden darles gabelas y favorecimientos, pero igual, se les causa inestabilidad.
Lo peor que le puede suceder a una economía estable y en crecimiento es tomarla por sorpresa con nueva catarata tributaria.
Aumento de desempleo y pobreza imponen un ingrediente de redistribución, es decir, mayor inversión social.
El ‘espantapájaros’ se viste de nuevo con ropas viejas de la desesperación fiscal.