Huele mal en varios sectores de la sociedad colombiana, tanto que la desconfianza de los hogares ya se torna pesimismo.
Es el peor momento de la imagen nacional. En casa nos miramos con escepticismo y miramos con duda el horizonte nacional.
La credibilidad en la política está por el suelo. La del Gobierno anda por el piso. La de los empresarios de mal en peor. Los medios de comunicación no gozan de buena opinión y los órganos de control y vigilancia no tienen aceptación.
Está de moda la corrupción global y se impone rampante en Colombia.
La corrupción parece una manera de ser, pensar y sentir.
No hay recato a ser corrupto. A la sociedad la mueve el dinero fácil.
Faltan escrúpulos frente al delito, estafar es tendencia nacional.
Se volvió vox populi el imperio de la corrupción. Es la gran noticia cada día, el especial de la semana, el premier de la función, de boca en boca pasa el informe sobre coimas, desfalcos y abuso de poder.
La sociedad no puede ser impune frente a estado de cosas turbias y fétidas.
No debemos ser indiferentes ni insensibles respecto al declive de los valores, la ética y la moral.
La buena fe ciudadana por encima de mezquinos intereses de delincuentes que siguen andando a sus anchas, llamados apenas a indagatoria o en cómodas casas por cárcel.
La mayoría de escándalos apenas se destapan, vienen otros más que dejarán atónitas a las gentes de bien.
Se robaron la salud pública, saquearon las obras civiles, hurtaron contratos de infraestructura, se quedaron con los dineros de los alimentos de comedores comunitarios y de escuelas públicas, estafaron a miles de ahorradores en pirámides, comisiones de bolsa y ahora en pagarés y libranzas.
Las regalías petroleras al garete, no llegan y se destinan a todo menos al servicio de las regiones pobres.
Multinacionales que compran favores para ganar licitaciones.
Funcionarios públicos que reciben fortunas para aprobar a dedo contratos billonarios.
Pagos bajo la mesa, gabelas, comisiones, privilegios y beneficios que atentan contra una sana competencia.
Clase política comprometida, gastada y sin norte, perdida en el clientelismo y la burocracia. Una comparsa pintoresca que causa rechiflas del pueblo.
Hay un clima pesado por estos días en Colombia. Muchas cosas huelen y saben mal. Se olfatea el panorama nacional y se respira podredumbre.
Mientras tanto, en los hogares, en las familias, hay una sensación de hastío por el acontecer nacional.
Las personas buenas, que son la mayoría, no quieren saber nada de tanta corrupción, piden que haya sometimiento a la justicia y un Estado que lidere la transformación política y cultural.
No hay certidumbre sobre el porvenir y falta gobernabilidad. Se siente la ausencia de mando y la carecen de un Ejecutivo que genere confianza.
En medio de dificultades económicas propias de aumentos en la canasta familiar, mayores impuestos, desempleo, deserción en colegios y universidades, pésima atención en EPS, horrible infraestructura y competitividad, pobreza, desigualdad e informalidad, la comunidad intenta sobreponerse a explosión de corrupción y maleantes al acecho.