La polarización del país hace metástasis del tema político a todos los aspectos de la vida nacional, impide ver lo bueno y empeora los males. De paso, al agudizarse, devora las energías que deberíamos concentrar en tareas de reconstrucción institucional, que no da espera, y dilapida en lamentos los esfuerzos de reconciliación.
No reconocemos, por ejemplo, el enorme progreso de los mecanismos electorales que nos permiten llegar a una elecciones disputadas duramente por aspirantes de vertientes ideológicas opuestas, y de todos los tamaños, sin que el acceso a las urnas resulte una batalla campal, consignar el voto constituya un acto heroico y el recuento una riesgosa oportunidad de fraude.
La Registraduría Nacional del Estado Civil viene, de tiempo atrás, en un proceso de mejoramiento y tecnificación que aumenta su confiabilidad, día a día. El fraude que provoca la violencia está cada vez más desterrado, y el país no vive las zozobras de elecciones anteriores, donde los ciudadanos votaban de día y los escrutadores votaban de noche.
Al fin los gobiernos, lo que sobrevive de partidos políticos, las nuevas agrupaciones y los ciudadanos comunes y corrientes se convencieron de la importancia de la institución encargada de decir quiénes son los titulares del poder político del Estado colombiano.
El país se juega esa paz política en las elecciones. Basta un desliz, por pequeño que parezca, para que se esfume la confianza y volvamos a épocas ya superadas, cuando las campañas políticas parecían una marcha hacia el campo de guerra y las credenciales se entregaban, bajo sospecha de trampa, a unas autoridades que difícilmente lograban limpiar de suspicacias sus investiduras.
Por fortuna ese depósito de confianza está en buenas manos, con un Registrador consciente de la trascendental labor que le encomendamos los cuarenta y seis millones de colombianos que elegiremos congreso y presidente. Juan Carlos Galindo está demostrando que tiene las calidades, intelectuales y morales, para garantizarle al país que la voluntad popular quedará reflejada fielmente en los resultados que, desde la misma noche del domingo, nos dirán quienes serán los legisladores y cuál es el punto de partida de la etapa final de la elección presidencial.
Con una organización electoral funcionando correcta y eficientemente, los colombianos pueden darse el lujo de discrepar en paz. Llegando, inclusive, a regalar curules de Cámara y Senado a quienes pasaron varias décadas en la periferia de la democracia, disparando sin descanso y ahora entran directamente a ocupar sus puestos como legisladores del sistema que aborrecían, y que todavía aborrecen, aunque ya no le disparan.
Para que continúe perfeccionándose y justificando el respeto de los ciudadanos por su labor y la credibilidad en sus resultados, debemos reconocer que en la organización electoral tenemos un patrimonio indispensable para el mantenimiento de la concordia y el funcionamiento del Estado. Es un bien común para cuidar y preservar, sabiendo que cada noche de elecciones el país se juega su paz política y la supervivencia democrática. Y esto se dice fácil, difícilmente se logra y en cualquier momento se pierde.
La democracia no es solamente elecciones, pero sin elecciones puras no hay democracia.