Los nuevos emperadores, criminales a los del siglo XX, han borrado del mapa la verdad. Lograron que las ideologías (opiniones, el lenguaje amañado, la opinión de las mayorías, la propaganda sesgada, los prejuicios, la falsa modernidad, el poder torcido). No obstante que los humanos, por naturaleza, se inclinan a conocer, tienen un deseo apasionante, irresistible, de conocer la verdad: la verdad real que es la adecuación del entendimiento con los seres que existen fuera del entendimiento y con independencia de él, no importa que sean espirituales o materiales… Por tanto, el objeto, lo que la cosa es, es la medida de lo que el entendimiento debe afirmar. De ahí que desconocer el principio de no contradicción -si una cosa es blanca esta, a la vez, no puede ser negra- es la ley de leyes en Colombia.
Así se había entendido la verdad, desde los griegos, pero, los intereses mezquinos, criminales, de los emperadores de hoy, están por encima de la verdad: para desaparecer de la tierra los que no son de su interés. Lo están logrando: a base de cambiar, hábilmente, la verdad por ideologías cargadas de veneno: y el invierno demográfico occidental ya es una realidad en Colombia. Y en consecuencia, tenemos abortos a diestra y siniestra, gracias a la irresponsabilidad y cinismo de unos magistrados de nuestra Corte Constitucional que se resisten a reconocer la verdad de la antropología (la ciencia del hombre) que nos informa que vida humana empieza desde la fecundación del óvulo.
Para esto, el preámbulo de nuestra Constitución está siendo mutilado, amañado, por la susodicha Corte, según las ideologías de turno, las presiones de los emperadores del mundo y su dinero criminal: en vía de ejemplo: recordemos que es la Corte, defensora del espíritu de la Carta, que está interpretando el “libre desarrollo de la personalidad” a su manera: no les interesa lo cientos de miles de jóvenes revolcándose por las calles, acabando con su vida.
Se ve con buenos ojos que se desconozca la verdad hombre-mujer formando una familia que cumpla con el compromiso -tácito- con las futuras generaciones (qué hay excepciones, claro que sí, pero la excepción confirma la regla, y estos deben ser respetados como el resto de los humanos). Eliminando a los afrodescendientes, los hispanos, los indígenas y demás personas indeseables para estos, cueste lo que cueste.
Y qué decir de una Corte Constitucional imponiendo—criminalmente- a los médicos sacrificar a los enfermos terminales por razones poco claras, y pisoteando, de nuevo, a nuestra Constitución. Para no ir muy lejos, hace unos ocho a diez años unos médicos me diagnosticaron cirrosis: de haberse cumplido esta ley del talión, hace muchos años yo estaría muerto. ¿Cómo entender que la libertad de conciencia sea desconocida en una democracia?