Es decente la muerte, cuando respeta; cuando no arrasa, cuando no invade ni se comporta como un tirano abyecto. Es decente cuando toca la puerta en vez de irrumpir en la vida; cuando concilia en lugar de imponerse, y le permite a quien se va, ser consecuente hasta el último latido de su corazón.
Hay gente -poca, sabia y valiente- que logra fusionar las banderas del humanismo con la búsqueda de conocimiento; la capacidad de aprender, con la vocación de enseñar; el rigor del estudio, con la libertad de pensamiento. Hay gente, como Juan Mendoza-Vega, que vive y muere en coherencia; capaz de ejercer la profesión más linda del mundo, con democracia intelectual y profunda consideración por la autonomía; gente que tiene la capacidad para trascender en la conciencia de cientos de alumnos, colegas, maestros y pacientes.}
Juan Mendoza-Vega, médico de profesión y cronista, reportero, historiador, columnista y poeta de vocación, le dio cuerpo y alma a la bioética y a la ética médica, artes/disciplinas imprescindibles, cuando se pretende no perder la brújula mientras corremos y caemos en las desenfrenadas carreras que nos imponen la post-modernidad, los extremos de la vida, los dilemas esenciales, las preguntas que tantas veces no tienen respuesta pero siempre exigen dignidad y atención.
Juan Mendoza-Vega enseñó con sus poemas y su bisturí; con su oficio de periodista y su conocimiento científico; hizo suyo el espacio de universidades, salas de cirugía, academias y tribunales. Enseñó como Amigo y Maestro, ambos títulos ejercidos con mayúsculas y honor.
Siempre recibí del Profe un concepto inteligente, una palabra sabia, un consejo respetuoso. En cada encuentro hubo un abrazo lleno de afecto y empatía, una voz firme y serena, una luz de faro. Y una sonrisa, porque la suya era una presencia accesible, cercana, con la sencillez de la grandeza.
De las muchas cosas que le agradezco al Profe, es que él, con Roberto Esguerra, José Félix Patiño y Guillermo Hoyos, me llevaron a conocer, amar y respetar la bioética; en cada expresión de sus vidas y en la forma de ejercer sus profesiones (de médicos y filósofo), han enseñado distintas y fascinantes opciones de cultivar el humanismo, convertirlo en consigna de vida y comprender que renunciar a él, sería renunciar a lo más decente y digno de nuestra propia existencia.
Nunca terminaré de agradecerle a mis maestros (comenzando por mi mamá) lo que han hecho por mi. Así es que Profe, donde esté, en su Cielo de bibliotecas y tableros, con sus corbatines de colores y su barba de blanco-nube, infinitas gracias de esta discípula que en éste y otros mundos, será feliz aprendiendo de usted.
Seguramente se bautizarán premios, salones y medallas con el nombre del profesor Juan Mendoza-Vega y serán todos, merecidos homenajes. Yo propongo uno, cotidiano y autónomo, que podríamos hacerle todos los médicos de este país; algo que un día juramos y a veces olvidamos: ejercer nuestra profesión con benevolencia y honor, con espíritu y conocimiento, con altas dosis de respeto y afecto por la condición humana. Así como él lo hizo; así como siempre nos enseñó.
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