Ha dicho esta semana en Medellín el Cardenal Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá y presidente de los obispos latinoamericanos, que hoy no se ataca la institución, sino la persona, al referirse a la situación actual de la Iglesia. Y el papa Francisco está siendo asediado hoy en día como hacía tiempo no le sucedía a un pontífice romano. Y, para ser claros desde el inicio, en principio por culpa de nosotros, obispos y sacerdotes de la Iglesia, al no estar muchas veces a la altura del don recibido y la misión encomendada.
Pero no solo por esto. Este papa es un hombre totalmente antisistema y no pierde oportunidad de manifestarlo en voz alta y a sabiendas de que le paran bolas. Por esta razón, creo yo, más que por la desordenada vida del viejo clero y algo del actual, es que los poderosos lo tienen en la mira. El objetivo es quitarle toda la autoridad moral y espiritual que, finalmente, son sus únicas “armas” para el buen combate de la fe.
¿Antisistema? ¿Cómo en qué aspectos? Pues es un abanderado y vocero de los pobres del mundo, a los cuales incluso hoy se les ha incluido en la categoría de posible causa de una fobia específica, el miedo a ellos. ¡Qué horror! Es un obrero, Francisco, de la causa ambiental bien entendida y eso toca archimillonarios intereses de todo orden que tienen la ganancia como fin supremo y por encima de cualquier otra consideración, aunque siembren tal cual arbolito por aquí y por allá, mientras desvían ríos y desaparecen montañas enteras.
También es un antisistema del pretendido nuevo orden humano que desconoce cómo fueron creados hombre y mujer con formas de ser y misiones diferentes y complementarias. Antisistema que sigue viendo en la familia, si no el ámbito perfecto, sí el más adecuado en términos generales para el desarrollo de cada persona. Y, cómo no, antisistema de una idea de Iglesia que nada tiene que ver con la de Jesucristo y que pretende ser comunidad de poder, ascenso, honores y que ha echado raíces en algunos sectores de laicales y sacerdotales. Como quien dice: frentes de batalla, los tiene todos Francisco.
Entonces, el sumo pontífice, está sitiado realmente. Pero desde el punto de vista teológico y pastoral, Francisco esgrime hoy la mejor de las vestiduras espirituales: la del profeta. Como Juan Bautista es una voz en el desierto, es alguien que no tiene nada diferente para exhibir sino su fidelidad a Dios y un verdadero amor por la humanidad, esa comunidad tan dura de querer y tan difícil de llevar a la luz. Y como les sucede a los grandes y verdaderos profetas, Francisco está experimentando seguramente una gran soledad humana, pues pocos entienden lo que hace y, sobre todo, pocos suelen tener tanta claridad y tanta valentía. Aunque la humanidad se rasgue a diario las vestiduras por los problemas del mundo y de las personas, la inmensa mayoría no tiene mucho interés en que las cosas cambien. Francisco sí y por eso está siendo asediado sin misericordia. Pero no piensa huir al castillo de Sant’Angelo por la muralla. Los verdaderos pastores y profetas no huyen nunca, aun a costa de arriesgar su propia vida. Dios lo guarde.