Hace algunos meses la Unesco conformó una comisión de alto nivel con el fin de evaluar algunas recomendaciones para el futuro de la educación en un escenario poscovid. El punto de partida de la mencionada comisión era entender que la pandemia evidenció vulnerabilidades, pero también activo el ingenio, la creatividad y el enorme potencial del sector educativo.
El resultado de ese encargó fue un documento de 24 hojas al que titularon “La educación en un mundo tras la covid: nueve ideas para la acción pública”. Allí la comisión recoge su trabajo en nueve recomendaciones puntuales que facilitan su entendimiento y su desarrollo a través de políticas públicas por parte de los distintos niveles de gobierno en los diversos países miembros de la Unesco. En ese sentido me parece oportuno, ahora que sentimos que lo peor de la pandemia pasó, repasar algunas de esas recomendaciones con un sentido orientador para lo que debemos hacer en el inmediato futuro.
Entre las cosas que proponen está ampliar la definición del derecho a la educación para abordar la importancia de la conectividad y el acceso al conocimiento y la información; proteger los espacios sociales que ofrecen las escuelas a medida que nos transformamos volviéndolo no solo un aula de clase sino un espacio físico indispensable para las comunidades; poner tecnologías libres y de código abierto a disposición de los docentes y estudiantes pues la educación no puede depender de plataformas digitales controladas por empresas privadas; y asegurar la impartición de conocimientos científicos básicos en el plan de estudios con el fin de profundizar en estas habilidades desde una edad temprana.
Sin embargo, hay una que merece especial atención, y es la que se refiere a fomentar la solidaridad mundial para poner fin a los niveles actuales de desigualdad.
Si hay algo que mostró el covid-19 es hasta qué punto nuestras sociedades instrumentalizan los desequilibrios de poder y las desigualdades. Es muy importante el llamado que hace esta comisión a renovar los compromisos de cooperación internacional mediante lo que denominan una “revitalización de la solidaridad mundial” que tenga como base la empatía y el reconocimiento de nuestra humanidad común.
Mientras haya tanta pobreza millones de personas estarán ocupadas sobreviviendo como para que puedan pensar en formarse y en desarrollar la integralidad de su potencial. La pandemia nos recordó los vínculos que hay entre todos los seres humanos.
De nada sirvieron las fronteras, los idiomas, las tradiciones y el desarrollo económico y tecnológico cuando todos nos vimos asediados por un peligro que nos vulneraba sin distingo alguno.
No podemos seguir mirando para otro lado. Nadie está bien si todos no estamos bien.
Esa es la gran enseñanza. Como bien lo dicen los expertos en el mencionado informe “la situación a la que nos enfrentamos es tan dramática y compleja que no podemos permitirnos ser pesimistas. Estamos viviendo los mayores cambios en la educación desde la aparición de la escuela pública en el siglo XIX. La urgencia de mejorar el mundo de antes nos plantea a todos un verdadero desafío y exige responsabilidad. Es necesario que imaginemos cómo podría ser la nueva realidad. Además, tenemos que alimentar nuestras fuentes de esperanza para replantearnos el funcionamiento del mundo. La educación deberá ocupar un lugar central en el mundo tras la covid. Para conseguir ese futuro necesitamos desde ya pensar con audacia y actuar con valentía”.
No creo que sea necesario agregar nada más.