Eduardo Vargas Montenegro, PhD | El Nuevo Siglo
Martes, 8 de Septiembre de 2015

Conexión

 

Un árbol siempre está conectado. Sus raíces se internan amorosamente en la tierra, de la cual se nutre y a la que también alimenta cuando deja caer sus semillas. Sus ramas se elevan al cielo, tomando energía del Sol y devolviendo oxígeno.  No hay día en que el árbol no esté conectado: no duda de ello, no se pregunta por ello, ni siquiera piensa en ello. Sencillamente vive la conexión. La tierra tampoco le pregunta al árbol por esa unión íntima y profunda ni se la pregunta a sí misma. Lo mismo ocurre con el cielo. No se requieren explicaciones de ningún lado, solo sucede. En ese vínculo fluye la existencia en forma natural, con lluvia y ventisca, sol y calma. No hay juicios de ningún tipo; no se llama malo al invierno ni bueno al verano, ellos solo llegan cuando corresponde y se van cuando su ciclo ha pasado. Son procesos complejos en los cuales las energías se integran, se entrelazan, se separan y continúan. Es la danza de la existencia.

Los seres humanos además de complejos somos complicados y es en la complicación cuando nos desconectamos. Hemos heredado generación tras generación miedos, dudas, juicios y condenas, y los replicamos en la cotidianidad, pues es lo que hemos aprendido. Tememos a la muerte, pues lo que se nos enseñó es que después de ella hay un juicio, que traerá un premio o un castigo. Y dado que nos equivocamos, pues sin error no hay aprendizajes, nos asusta el castigo correspondiente. El miedo, necesario para poder sobrevivir pues nos hace precavidos en los momentos de peligro, se convierte en un estado permanente que no nos deja vivir. Con el miedo continuo nos desconectamos del amor, de esa fuerza maravillosa que siempre está presente. Nos complicamos tanto que pedimos que el amor llegue, como si fuese un avión, sin darnos cuenta de que en realidad se manifiesta ya en todo lo que existe.

Lo bueno del asunto radica justamente en ello: como esa energía amorosa está fluyendo continuamente, sin parar, cansarse, preguntarnos si la queremos o no, sin complicarse, podemos conectarla en este mismo instante, sin intermediarios ni condicionamientos. Ello es sencillo, que no fácil: es preciso soltar miedos, dudas, juicios, condenas, salir de esa zona de confort del desamor. Ningún ser humano está condenado a luchar, pues la vida no es ninguna guerra, salvo que lo creamos... pero si creemos que la vida es un campo de batalla, lo creamos. Podemos empezar a creer en el amor, no como algo inalcanzable y externo, sino como la fuerza de la que estamos hechos. Y dejarla fluir, conectados. La vida será distinta cuando nos felicitemos mutuamente por ser amorosos, no guerreros.

@edoxvargas